Chucho Teatro

Encuentros y reencuentros por los caminos de los títeres

Rodeada de montañas y volcanes, en un oasis en el desierto de Atacama, se encuentra la ciudad de Calama. Chuquicamata, la mina a cielo abierto más grande del mundo, se dibuja a unos pocos kilómetros en la montaña. Se ven a simple vista desde alguna terraza una a una, alineadas, las tortas de desechos de piedras y minerales inútiles para la minería. Sin valor comercial. son cerros sin cima, sin color, rectos como edificios casi. Debajo de aquellas rocas y arenas “basura”, estrujadas de todo mineral, se encuentra aplastada la ciudad de Chuquicamata. Sus habitantes, todos mineros de la mina que lleva su mismo nombre, fueron trasladados a Calama hace varios años ya.

Para información del lector, Roberto no nació en Calama, ni se crió allí, ni nada. Allá fue que nos conocimos en el año 2016. Nos pareció menester describir un poco aquella ciudad tan particular que tanto queremos. Organizábamos el II “Festival Internacional de Títeres de Calama”. Ese año habíamos invitado a la Compañía “Chucho Teatro”, del titiritero Roberto Oyarzún con su obra “Los Sueños de Federico”. Ya conocíamos a Miguel Oyarzún, su hermano, quien había participado en la edición anterior del Festival, así como en el Festival de Títeres de Antofagasta en 2014. Ese año reunimos a los 2 hermanos en Calama y también a las 3 compañías con “CH”. “El Chonchón” de Miguel, “Chucho Títeres” de Robi y “Chachakún” de Laura Ferro, titiritera argentina compañera de Miguel y muy querida amiga nuestra.

La amistad y la entrada en confianza con Robi fue instantánea, ayudó mucho el cariño previo y la relación que ya teníamos con Miguel y Laura. También ayudó la presencia de la mascota oficial del “Festival Titinerantes del Desierto de Atacama”, y del “Festival Internacional de Títeres de Calama”, que había llegado viajando jadeante desde Buenos Aires, acompañándonos en nuestro auto para desempañar su importantísimo rol. Facundo, nuestro perro Shit-zu, tricolor, de tamaño mediano, el “más pequeño de los medianos”, como nos dijeron una vez en la frontera. Ni bien Facundo vio a Robi y Robi vio a Facundo, se enamoraron perdidamente, aunque podríamos decir que Facundo era quien más lo expresaba. Todo ese amor nos unió como a una familia.

Durante el festival convivíamos en un mismo departamento e íbamos en patota a las funciones de cada uno y cada una. Nos reímos por momentos sin parar y nos volvimos a encontrar en familia en varias otras oportunidades. A los hermanitos les gusta mucho estar juntos. Permítannos comentar que aquel año la situación económica del Festival no fue la mejor, y a Roberto le tocó dormir en un colchón inflable en el living del departamento que arrendamos en la ciudad. La primera noche se durmió Roberto flotando sobre el aire comprimido del colchón, pero amaneció en el piso, pegado a la tela azul. Ante esta situación, comentó que para él era mejor dormir en el sillón del living. Que, a decir verdad, era bastante grande y cobijaba perfectamente el cuerpo de Robi. El problema fue que Laura estuvo ausente de la conversación y cuando llegó la noche, infló con aire y amor el susodicho colchón que estaba guardado en nuestro cuarto y cuando apareció en el living con el colchón entre las manos, la cara de Roberto se desfiguró, como si hubiera visto una aparición. Después nos reímos a más no poder, como tanto nos gusta hacer a los y las titiriteras.

 Después de aquel encuentro hubo muchos otros, en su casa en Viña, en la de Miguel en Córdoba, en la nuestra en Capilla del Monte, en algún pueblo o ciudad donde los invitamos a varios Festivales que organizamos aquí y allá. Conocíamos muchas de sus historias contadas entre risas y vinos, mates y tecitos, entre cenas, onces y desayunos. Cuando nos encontramos a entrevistarlo en enero del 2021, con la pandemia enmascarillando nuestros rostros, Robi se encontraba de alguna manera errante. Había fallecido su querida mamá, que tanto los había amado, sostenido, y alentado a seguir sus sueños, pasiones y locuras. Tuvimos la dicha de conocerla un par de años antes. Tenía la calidez de una mujer de campo, de manos agrietadas, de enorme ternura, mucha vida encima con sonrisa a cuestas pese a las dificultades. Robi vivía con su mamá, por lo que ahora estaba en un proceso de transición hacia un nuevo hogar. En ese contexto nos invitó a que lo entrevistemos en un hermoso mirador de su barrio “Miraflores”, a unas cuadras de su casa, en los cerros de la ciudad de Viña del Mar, y con ello nos regaló una de los escenarios más maravillosos para nuestras “Titirigrafías Audiovisuales”. Siempre impecable en su aspecto, lo recogimos junto a su maleta donde iban algunos de sus títeres, recorrimos unas cuadras y nos bajamos en el mirador. Con la laguna Sausalito y gran parte de la ciudad jardín a nuestros pies, Valparaíso a nuestra izquierda, y el inmenso y profundamente azul Océano Pacífico de telón de fondo, Roberto Oyarzún fue deshilvanando su historia.

Su despertar al mundo de los títeres

Bajo el alero de la Parroquia del barrio Lorenzo Arenas de la ciudad de Concepción, en el año 1967, Roberto Oyarzún, su hermano menor Miguel y su hermano mayor Manuel, vieron títeres por primera vez. En esos años, según nos comentaron varios y varias colegas, se vivía un Chile muy especial. Cada esquina, cada plaza, parroquia o centro vecinal se transformaba en el  escenario de distintas expresiones artísticas que incitaban a otros artistas emergentes a tomar su propia cotidianeidad y transformarla en un hecho artístico. El triunfo de Allende se respiraba en el aire. Roberto tenía 14 años y a pesar de que el espectáculo que vió en esa parroquia, lo habían realizado un par de “cabros” con unos pocos años más que él, quedaron los tres hermanos “maravillados y embrujados por esos muñequitos grotescos”.

Ahí empezó la locura, que como comenta Robi se manifestó mucho más en Miguel, pero, como andaban juntos en todas las paradas, los tres hermanitos, pero sobretodo él y Miguel comenzaron a incursionar “dando palos de ciego” en el mundo de los títeres. Seguramente aquella tarde, los tres hermanos salieron corriendo del alero de la parroquia en dirección a su casa y comenzaron a construir con los materiales y de las maneras que cada uno pudo imaginar, sus primeros títeres. Su imaginación no pudo alcanzar la fina y delicada tarea de crear los vestuarios, entonces de un salto fueron a la habitación de su hermana Elizabeth para rogarle que les hiciera la ropita a sus rudimentarios muñecos. Así comenzaron a jugar y a actuar, a improvisar, escondiéndose detrás de cualquier cosa que oficiara de teatrino, una tela, una cortina vieja, una sábana. A pesar de que gran parte de su tiempo los hermanos lo destinaban a jugar con los títeres, esto no alcanzaba a satisfacer el fanatismo que ardía como fuego en el interior del pequeño Miguel.

Al llegar la navidad, su siempre atenta y visionaria madre, le obsequió todo un elenco de títeres. Eran de goma. Había personajes como el rey, el diablo, el cura, el cocodrilo, entre otros. La madre imaginó que con eso saciaría de alguna manera la sed de títeres de su hijo Miguel, y de paso arrastrar así a toda la prole masculina de la familia.  Con estos títeres en las manos, los tres hermanos formaron una rudimentaria compañía de títeres y comenzaron a actuar a nivel de las amistades, en los cumpleaños y las fiestas de los vecinos y vecinas del barrio. Jugaban y actuaban mucho con la improvisación. Generalmente, en esos tiempos, se basaban en un cuento tradicional para tergiversarlo hasta la hilaridad más extrema que aquellos tres púberes adolescentes podían llegar a concebir. Siempre poniendo lo cómico en escena, usaban en todo momento lo que sabían de la audiencia presente y las situaciones que surgían cuando estaban los títeres en el escenario, para seducir al público y sacarle hasta la última carcajada. Tenían un retablo que era solamente un frontis de arpillera, nada más. “Eramos chicos éramos muy grotescos, yo me imagino que tienen que haber sido un desastre esas funciones. No teníamos ningún referente, nosotros dábamos palos de ciego, no teníamos acceso a libros porque de última no teníamos libros… cuando ya nos pusimos a construir títeres eran de papel maché, eran pesadísimos, muy densos.”

La segunda vez que vieron títeres, fue en el marco de la campaña para presidente de Salvador Allende en el año 1970, donde quedaron fascinados viendo a la Compañía “Los Ferrari”, que “andaban haciendo proselitismo político con los títeres” según contó Roberto. Era la primera vez que veían a una compañía profesional y pudieron rescatar muchos recursos y elementos que enriquecerían sus propios espectáculos. Por esos años es que se van a vivir a Viña del Mar, ciudad en la que Roberto ingresa, ya en época de dictadura, a estudiar Bellas Artes en la Universidad de Chile. Cuenta que casi pierde la carrera cuando cursaba el tercer año de carrera. Sin mediar motivo alguno Roberto es detenido. Estuvo 5 días preso. Cuando salió, la universidad le informó que la carrera de Artes Plásticas había caducado por “desórdenes políticos”. Comenta que posteriormente tuvo que moverse mucho para poder terminar la carrera y que le aceptaran los 3 años ya cursados.

Ahora bien, volviendo a la práctica de los títeres, en aquel período de Universidad, desde el año 1980, durante los fines de semana, Roberto y Migue agarraban sus títeres y su teatrino para actuar en la tradicional Avenida Valparaíso de Viña del Mar. Es una avenida peatonal llena de locales comerciales en ambas veredas. Allí actuaban y pasaban la gorra. También lo hacían en otros lugares de la ciudad. Cuando le preguntamos si vivían de los títeres nos respondió: “Malamente… Eran tiempos difíciles, nosotros estudiábamos en la universidad, entonces lo que tú recibías de haber trabajado sábado y domingo, si te tomabas una cerveza, todo tu presupuesto se venía abajo. Porque juntábamos plata para tener para movilizarnos a la universidad… ¡La platita para la micro!”

En las vacaciones de verano, realizaban sus primeras giras. Se iban a recorrer junto a Miguel y algún que otro amigo, distintos pueblos del sur, en los que actuaban con sus títeres, siempre en la calle. Lamentablemente el arte y la cultura tan abundante de los sesentas y principios de los setenta, había sido aplastado por la dictadura. Habían apagado la llama y las brasas con la sangre de los mismos artistas que antaño hacían florecer las Alamedas. Así, se había perdido la costumbre y las ganas de ir al teatro: “Nosotros teníamos un espectáculo bonito y acá en el “Cine Arte”, que era el cine principal que tiene Viña, hacíamos funciones los días domingo y penaban las ánimas. Si llegaban cinco personas era mucho… Actuábamos en Teatros, en Sindicatos de Trabajadores y de pronto llegaban dos personas… Era muy desgastante”.

 Cuando finalmente y tras varios periplos logra terminar la universidad en el año 1983, deciden junto a Miguel y tres amigos hacer un viaje al año siguiente. Tenían dos alternativas: Perú o Argentina. Finalmente ganaron las ganas de cruzar la cordillera, ya que ese año terminaba la dictadura en el país trasandino. junto a otros tres compañeros,  Rudy Lópes, Ariel Vilches y Jaime López, fueron parte de la troupe, que el año 1984 viajaron con primer destino la ciudad de Buenos Aires. La única condición o meta que se auto impusieron o se auto-prometieron era la osadía de llegar y dar la primera función a los pies del Obelisco, en la intersección de las avenidas 9 de Julio, la Avenida más ancha del mundo y la Avenida Corrientes. Y así lo hicieron, sin grito ni gloria como era de esperar, luchando contra el viento y contra el sonido ambiente de bocinas, motores, frenadas, vendedores ambulantes y un infinito etc. Tras esa incómoda función, comenzaron a trabajar en los Parques de la Ciudad donde de a poco fueron conociendo a una verdadera “familia titiritera, que nos abrieron sus puertas, nos acunaron, nos alimentaron, nos daban funciones. Realmente fue una cosa muy linda, una experiencia muy linda con todos ellos porque recibimos mucho apoyo de ellos, mucho. Y ellos nos abrieron los ojos con todas las técnicas, con la dramaturgia, con todas las deficiencias que teníamos nosotros en nuestros cuentos. Porque teníamos mucho corazón, mucha sangre, pero muchas veces éramos precarios en ciertas cosas.”

En Buenos Aires ambos hermanos dieron un salto a la profesionalización. Cambiaron todos los títeres y los hicieron de nuevo con las técnicas que les enseñaban sus colegas trasandinos y ahora eran mucho más livianos, más fáciles y cómodos de manipular. Pasaron del retablo con ventana, donde los títeres estaban encerrados en un pequeño rectángulo en el que se los ve en el plano frontal únicamente, al retablo abierto, con una boca más grande, y con telón de fondo y patas, para entrar y salir a escena, el que ambos hermanos continúan utilizando en la actualidad.

Así las cosas, se van quedando en Buenos Aires, se sienten cómodos, nunca habían vivido la profesión de esa manera, podían vivir de los títeres y no solamente sobrevivir con ellos o “vivir malamente”, como comentaba Robi. Allí comienza cada uno a hacer su camino en paralelo. Por los motivos que conocerán cuando lean la Titirigrafía Escrita de “El Chonchón”, Miguel se va a vivir a Córdoba y Robi se queda en Buenos Aires, la Capital cultural de América Latina, diría alguna o algún porteño con cierta razón y no sin un poco de orgullo. Uno de esos días en que la vida le regala pistas al que está atento, Roberto escucha la conversación que sostenía su compañera de oficio de ese entonces, con una amiga. Esta amiga le comentaba que el “Teatro General San Martín” había abierto la convocatoria para ser parte de su Elenco Estable de Titiriteros, dirigido por el Maestro Ariel Bufano. Roberto participó de la convocatoria y como imaginará el lector y la lectora perspicaz, fue seleccionado. Según recuerda, Ariel Bufano le comentó tiempo después de haber sido seleccionado, que en la entrevista personal le gustó mucho la respuesta que ofreció a la pregunta: ¿Por qué quería ser parte del elenco? A lo que Robi respondió elocuente “porque no tengo nada que perder y mucho que ganar”.Desde el año 1986 hasta el año 1990 Roberto se desempeñó como integrante del Elenco de Titiriteros del Teatro General San Martín, donde aprendió muchísimo.

Cuenta que un día estaban por emprender una gira por el norte de nuestro continente americano y Roberto Docampo, el reconocido y talentoso realizador del mítico elenco pide ayuda a los y las titiriteras para terminar de construir los títeres con los que irían a actuar. Estaban con el tiempo en contra. Para la sorpresa de Roberto, muchos de sus colegas no quisieron colaborar, argumentando que a ellos les pagaban solamente para actuar, como intérpretes. Roberto, en cambio, lo tomó como un regalo, como una ofrenda para seguir aprendiendo en este milenario camino, y especialmente en el área de la realización plástica, que es donde se cruza al campo del arte escénico con el de las Bellas  Artes, camino que también desde hacía tiempo transitaba. Podríamos decir su otro amor, su otra pasión, junto con la música, el saxo y el jazz. Y este es un punto importante para retener, los múltiples amores y pasiones de las vidas titiriteras, que abordamos al otro lado de este libro.

Tras ciertas cavilaciones, Robi decide un día dejar el elenco. Nos cuenta hondamente, abriendo la persiana de los recuerdos y de las emociones, que por esos años vivía un tiempo abundante, un buen pasar, una estabilidad económica que nunca había tenido y que nunca volvió a tener, pero no tenía con quién compartirla. Cuenta con emoción que al fin tenía plata para comprarse una cerveza, como tanto había añorado cuando trabajaban con Miguel en las calles de Viña, pero ahora no tenía con quien compartirla. Al final de cuentas allá estaba sólo. Por eso decide dejar el elenco. Con el trabajo en el elenco, Robi pudo comprar una casita en Viña del Mar donde actualmente vive su hijo.

En Chile la dictadura llegaba a su fin. Era el año 1990 y Robi ya habiendo dejado el elenco añoraba volver a su patria. Tenía la experiencia de haber llegado a la Argentina cuando terminaba la dictadura y vio un país en pleno florecimiento cultural. Con esa ilusión, y una esperanza recobrada, pensó que en Chile ocurriría lo mismo. Entusiasmado le plantea a su hermano Miguel su idea de volver a la tierra que los vio nacer. Miguel aceptó y juntos cruzaron la cordillera, esta vez de Este a Oeste. Llegaron a vivir a Valparaíso y pronto Roberto entraría a trabajar al canal de televisión de la Universidad Católica de Valparaíso (UCV Televisión). Allí comenzó a realizar pequeñas intervenciones con títeres que interactuaban con el joven animador Roberto Nicolini. En un principio Miguel le colaboraba y repartían el sueldo de Robi, pero pronto ambos comprenden que la vida de Miguel estaba en Córdoba y finalmente termina volviendo a dicha ciudad, en la que vive hasta la actualidad. Roberto se queda en Chile y sigue haciendo proyectos para el canal. Más tarde nacería el programa “Pequelandia”, que era un programa solo de títeres. En muchos otros programas del canal aportaba Roberto con sus títeres y su humor. Estuvo ocho años trabajando en el ámbito televisivo.

Junto a su sobrino Basilio, quien también había comenzado a hacer títeres, crean en el año 1998 la Compañía “Chucho Teatro”. Con la Compañía comienzan a participar en Festivales de distintos países de Latinoamérica y Europa. Algunos años más tarde, Basilio se va de la Compañía y se radica en la isla grande de Chiloé. En dicho Archipiélago, Roberto crea en el año 2005 el Festival Internacional de Títeres “Mágico Chiloé”. El festival se realiza 100% en escuelas a “puro ñeque mío”, no recibe ayuda de nadie y así lo prefiere él. Dice que estas ayudas “Son pan para hoy y hambre para mañana, ya que si se depende del financiamiento, si no se consigue el mismo, el festival muere”. Este año 2023 el festival alcanza su edición número 15 de esta manera totalmente autogestionada.

Nos despedimos con una de las anécdotas que nos contó Robi ese día, que terminó con una sesión de fotos a las afueras de la Quinta Vergara. Los dejamos con una de las tantas anécdotas que nos contó esa tarde. Hay muchas otras en su libro “3 de nosotros” donde narra su niñez junto a la de sus hermanos.

          “En tiempos de dictadura recuerdo que una vez nosotros éramos bien contestatarios y teníamos unos policías, unos pacos que llegaban a reprimir a la gente. Salía la gente porque estaba protestando, me refiero a los títeres que tiraban unos cuetes que nosotros mismos los compramos por ahí. ¡Pa, Pa, Pa! y tiraban unos panfletos y ahí llegaba la policía a reprimir. Un día estábamos desarmando el retablo y se nos acerca unos pacos, los carabineros y nosotros nos asustamos y nos dicen: -muéstrame el policía que tienen ahí. Y nosotros tuvimos que sacarle el policía y lo miraron y le dijo uno al otro – ¡Viste que es igual  al Sargento Gonzales!