Encuentros y reencuentros por los caminos de los títeres
Llovía. Llovía mucho sobre las calles de Bragado, un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires, a unos 200 kilómetros al oeste de la Capital Federal. Estábamos ese año 2012 en la ciudad participando del III Festival Internacional de Títeres de Bragado, nuestro primer Festival en Argentina de regreso de nuestra gira iniciática por latinoamérica. El director del evento, nuestro querido amigo Diego Suarez de la Compañía MAIA títeres, quien había sido compañero de Laura en la Diplomatura en Teatro de Títeres y Objetos en la UNSAM, estaba sobrepasado. Ese año prácticamente todo quedaba en sus manos y ese día de lluvia tenía que partirse en dos y acompañar por un lado a la Compañía “Vuelta Entera” a preparar su función en una escuela y por otro lado ir a buscar al colega Ítalo Cárcamo, el protagonista de esta historia, que llegaba en bus desde Buenos Aires junto a los títeres de su Compañía “El pez soñador”. Apelando entonces a nuestra amistad y confianza, nos pidió que por favor fuéramos a buscar a Ítalo a la terminal de buses. Por suerte la misma no quedaba a muchas cuadras de la casa. No contábamos con que iba a llover ese día, ni con que todos los remises (radiotaxis) estaban estacionados afuera de la casa de sus chóferes, quienes sin pudor dormían la sagrada siesta de la Argentina profunda. Entre las 14 y las 17 no anda un alma en los pueblos. Cuando lo fuimos a buscar, a pie finalmente, todavía no llovía. Nos saludamos rápido, ya que la tormenta comenzaba a lanzarnos sus primeras gotas, corroboramos que en la terminal tampoco había ningún remis y nos lanzamos con sus maletas en las mano a caminar de regreso hasta la casa de la mamá de Diego, donde dormíamos los y las artistas. Nosotros dormíamos en la cama de la mamá de hecho. Una encantadora cama de abuela. ¡Qué más acogedor! En ese apuro por ganarle de mano a la tormenta, comenzamos a charlar. Nos enteramos que era chileno, pero que llevaba largos años viviendo en Argentina. Seguimos conversando en la casa y seguimos conversando mientras caminábamos a ver la función de la Compañía “Vuelta Entera”. En la noche cenamos los y las colegas que participábamos del festival y a la mañana siguiente emprendimos el regreso a nuestra casa, en aquel entonces en la ciudad de Buenos Aires.
Con el tiempo nos encontramos varias veces en el Museo Argentino del Títere en esos mismos años 2012-2013. Italo estaba muy ligado al Museo. Luego de la decadencia del Museo nos desencontramos hasta el año 2022 en el cual él había sido contratado por la Corporación de Cultura y Turismo de Calama para realizar talleres de construcción de títeres en el marco del IV Festival Internacional de Títeres de Calama, que co-organizamos con la misma Corporación. Ahí nos enteramos que estaba viviendo en Chile hace un par de años, por lo que todo parecía indicar que lo entrevistaríamos de ese lado de la cordillera. Pero no fue así. En octubre del 2022 cruzó la cordillera y vino a la ciudad de Carlos Paz, Córdoba, Argentina, a visitar a su hijo. En dicha ciudad se había radicado un par de años antes de irse a Chile, aunque en el último tiempo se había mudado a las afueras de la ciudad. Fue en la casa de su hijo Santiago, quien vive con su mamá en Carlos Paz, donde recibió a Enrique con mate y bizcochos. Laura viajaba ese mismo día con Inti a Buenos Aires y no podía participar del reencuentro, que fué el único que no estuvimos ambos. Para información del curioso Carlos Paz está a escasos 60 kms. de Capilla del Monte donde vivimos. Esa mañana la conversación sólo se detenía para chupar la bombilla del mate o saborear unos bizcochos. Conversamos de títeres, de arte y de la vida, pero también de Chile. Ítalo había vuelto a vivir al país hace poco y nos interesaba mucho conocer su visión del país. Aquí les compartimos parte de su historia que comienza en los pagos donde nació, que continuó gran parte del otro lado de la cordillera, y que hoy vuelve a escribirla de este lado.
Su despertar al mundo de los títeres.
Habiendo estudiado publicidad en la ciudad de Santiago y ejerciendo su profesión de manera exitosa en una empresa de marketing, vestido de traje y corbata, el joven Ítalo tenía los bolsillos felices, pero el alma no. Esta disconformidad se materializó en su cuerpo como un terrible colon irritable que comenzó a padecer. El estrés con el que vivía la vida que él había creído elegir, comenzaban a gritarle en la cara que ese no era el camino, al menos no el suyo. En el año 1995 Ítalo supo escuchar el atinado y afortunado comentario de una amiga, quien le aconsejó tomar un taller de poesía. Sin nada que perder y mucho que ganar, se anotó en el taller y comenzó a escribir bajo el pseudónimo de “El pez soñador”, ya que su signo es Piscis. La poesía comenzaba a satisfacer una necesidad personal que había sido guardada bajo la alfombra para poder seguir lo que dictan los cánones de normalidad en Chile. Nacer, Estudiar, trabajar de lo que estudiaste y morir. Podríamos agregar tener familia a la ecuación. Difícil tener en mente siquiera la remota posibilidad de ser artista o dedicarse al arte, ya que como ya se ha dicho, la dictadura en Chile declaró el arte, las barbas, las quenas y zampoñas, entre una larga lista de cosas, personas y acciones como subversiva, por lo que prácticamente desaparecieron de nuestra larga y angosta franja de tierra.
El incansable Ítalo en la búsqueda de sentido lo llevó a inscribirse en un taller de “Educación y pedagogía en el arte de muñecos” en la Universidad Diego Portales, llevado adelante por Ana María Allende. Se trataba de un curso para profesionales provenientes de distintas áreas laborales vinculadas a las niñeces. Como en el afiche salía una marioneta, Ítalo pensó que se trataba de un taller de manualidades y se anotó “con fines terapéuticos”. Nos contó que de niño le gustaban las artes plásticas, por lo que le hacía sentido un taller de construcción de marionetas y títeres. su crisis comenzó cuando se enteró que el taller contemplaba un acercamiento más bien a lo teatral del mundo del títere, más que al lado plástico del mismo. “Nunca pensé que me iba a tener que exponer como persona, yo pensaba que era una manualidad. Entonces me dio miedo y me fui y luego regresé” Según confesó aquella nublada mañana en Carlos Paz, el joven Ítalo era muy tímido, le costaba expresar sus emociones. Llegaba a tal punto su timidez que se ponía colorado cada vez que le tenía que hablar a su jefe. Entonces regresar a ese taller era un verdadero desafío y si lo lograba superar, iba a ser verdaderamente terapéutico, que era lo que en primera instancia estaba buscando. Cabe mencionar que el taller tenía una duración de un año y había que pagarlo en letras una vez inscripto. El taller no era precisamente económico, y ya habiéndolo pagado el joven Ítalo se lanzó sin saberlo a abrazar la que hoy es su profesión y de paso sanar su colon. En este taller en el año 1995, Ítalo encuentra finalmente ese algo que le estaba faltando, y consigue el efecto terapéutico que tanto estaba buscando, pero no por el lado que él esperaba, que era la realización de manualidades, sino del lado del mundo escénico, en la exposición frente a otro a través de un títere.
Ese mismo año 1995 comienza a animar títeres como hobbie los fines de semana, sin duda por placer. Italo había encontrado en este particular lenguaje artístico un medio expresivo en el cual decantaban sus gustos por las artes plásticas, la poesía, y ahora su nuevo gusto por los escenarios. Empezó haciendo trabajo social con títeres, a través de campañas de incentivo a la lectura, así como otros proyectos con drogodependientes. En paralelo comenzó a hacer números de títeres para adultos que presentaba en distintos bares de Santiago. En el año 1996, haría lo que él considera su “viaje iniciático”. Se va por un mes a España, con la intención de presentarse con sus títeres en bares, pero pronto se da cuenta que el quehacer cultural español es muy diferente. No obstante, comienza a conocer artistas y a moverse por la península ibérica. Finalmente se queda 6 intensos meses del otro lado del charco. Cuando regresa a Chile, vuelve con ganas casi frenéticas de hacer cosas, y de hecho comienza a generar distintos espectáculos con varias Compañías, pero comienza a sentir que le faltaba algo. Entonces en el año 1998 decide finalmente dejar su trabajo formal y decide ir a estudiar teatro de títeres a Buenos Aires.
Ese mismo año, ya del otro lado de la cordillera, no sólo decide estudiar títeres, sino también convertirse en titiritero, y dejar finalmente que los títeres se conviertan en su modo de vida. En la Capital Argentina Ítalo conoció en sus palabras “un Universo” que giraba en torno a los títeres. Escuelas, Museos, bibliotecas, libros especializados y colegas. Muchos y muchas colegas que se dedicaban “sin pensar más allá, más que en satisfacer una necesidad de hacer algo.” A los pies del río de La Plata conoció personas que se dedicaban sin miedo, con libertad absoluta a seguir sus sueños, a ser titiriteros y titiriteras. Se arrojaban a ese inmenso océano que es tomar la decisión de ser artista en América Latina, con el único salvavidas de desearlo intensamente. No obstante, al poco andar Ítalo comprendería, según nos continuaba relatando, que esos colegas se arrojaban a esa incertidumbre teniendo una estructura que los amparaba y que los ampara, construida en base a décadas de trabajo de distintos y distintas colegas a lo largo y ancho del país trasandino. Como resultado de ese proceso, para el año 98 en el cual Ítalo cruzó la cordillera, se encontró con una verdadera red “Dónde te es más fácil moverte. Hay colegas en todas las provincias, se hacen festivales en todo el país. Hay bibliografías, libros, Bibliotecas, encuentros, gente que investiga y gente que viaja, Sobretodo gente que viaja. Cuando yo descubrí eso, que había un universo atrás, entendí que los títeres eran mucho más que un hobby, algo que hacía los fines de semana”. Según nos comentó, en ese entonces en Chile, las pocas compañías que conocía (Payasíteres, Candelilla y Caracol) tenían que luchar contra el desconocimiento de las personas de lo que es el teatro de títeres. “porque ya hacer títeres en Chile es difícil y más en tiempos políticos muy complejos. Es bregar un poco con el desconocimiento. Es decir, ir a una escuela y que en la escuela no sepan qué son los títeres, es un impedimento. O a la gente le da lo mismo contratar un actor o un Titiritero o un mago. Son las disyuntivas que uno tiene cuando te toca trabajar en Chile”
En el año 1999 entró a estudiar en la Escuela de titiriteros del Teatro San Martín, que de manera especial, entró directamente a segundo año. Por problemas económicos tuvo que dejar la Escuela. En esos tiempos conoce a Coco Romero, quien le habló de la Escuela de Titiriteros de Avellaneda. Apenas conoció al director de la misma, al “Toto” Villarroel , supo que quería que él fuera su maestro. Según sus palabras “El Toto era un ser encantador, muy cercano a sus alumnos.” Como la Escuela de Avellaneda es municipal y toda Escuela o Universidad Estatal es gratuita, ïtalo ingresó a estudiar Títeres allí. Si bien la Escuela del Teatro San Martín también era gratuita, el horario matutino y la alta carga horaria le dificultaba poder trabajar para sostenerse. En cambio la Escuela de Avellaneda era más simple y tenía menos horas de estudio. Comenta que todos sus compañeros y compañeras de Avellaneda trabajaban. En el año 2001 entró a ser parte del elenco del Museo Argentino del Títere, dirigido en ese momento por Sarah Bianchi. Estuvo varios años trabajando y aprendiendo en ese elenco, pero Sarah, a sus 85 titiriteados años, estaba ya cansada y decidió darle fin al elenco a finales del año 2008.
Siempre que se cierra una puerta se abre otra y fue en esa disyuntiva que se quedaba huérfano de Compañía, que Ítalo decidió crear la suya propia de manera unipersonal. La nombró en ese entonces “Los Títeres de la Huachaca” y creó su primer montaje “Unkita y el Zorro”. Pronto se dio cuenta que el nombre de la compañía era muy chileno e incomprendido fuera del país. Cierta vez lo presentaron como Compañía “El pez soñador” ya que era su firma digital del mail, que rememoraba su primer seudónimo del taller de poesía en el que comenzó a desplegar las alas para volar por los cielos del arte. La confusión le gustó y decidió finalmente quedarse con ese nombre. De ahí en más comenzó su camino en solitario que lo ha llevado a presentarse en 22 países del mundo.
En este camino también desarrolló enérgicamente el ámbito de la docencia en títeres a través de distintos talleres que ha ofrecido en diferentes países, pero sobre todo en la Argentina. Cuenta que de niño renegó fuertemente de la docencia, por lo que fue una sorpresa encontrarse disfrutando y sintiéndose cómodo siendo docente. También desarrolló la labor de realizador para otros grupos de Argentina. Esta parte del oficio fue la que lo mantuvo económicamente durante la pandemia ya que comenzó a hacer títeres a pedido.
En el año 2021 Italó regresa tras 23 años a vivir por primera vez en Chile. No vivía en su país de nacimiento desde el año 1998. A largos rasgos comenta que no le ha sido fácil el regreso, que si bien se ha avanzado, aún no encuentra en Chile esa red de colegas y sueños que encontró en Argentina. Pero aquí sigue rebuscándoselas por aquí y por allá.
A modo de últimas palabras podemos afirmar que finalmente Ítalo eligió la alegría de su alma a la incertidumbre de su bolsillo y como nos dejó en claro aquella mañana, es que lo que habría que redefinir en nuestra sociedad es el concepto de “calidad de vida”. En su caso es explícito. Cuando Ítalo tuvo mucho dinero, lo pasó mal, se enfermó, se estresó. Pero cuando eligió hacer lo que quería y con esto dejar de lado toda pretensión económica, eligió una verdadera calidad de vida, la del artista titiritero.