Encuentros y reencuentros por los caminos de los títeres

Con el viento Raco que te acaricia los rasgos y te quita el frío del invierno con su calor, el Cajón del Maipo nunca te deja de sorprender. Montañas y más montañas a ambos lados de un río colorado que le da el nombre al Valle. En ese paraíso ubicado a unos 25 kms. al sureste de Santiago, Enrique vivió su niñez y adolescencia. Si bien vivía en Pirque, una comuna bañada por ese mismo río, pero ubicada unos kilómetros más abajo en la planicie y abertura del valle central de Chile, estudiaba en un colegio que quedaba en las Vizcachas, donde muchas mañanas pudo disfrutar ese regalo divino que es el viento Raco. Como dato curioso, cuentan que muchos campesinos y antiguos habitantes de la zona, sacaban a secar la ropa cuando escuchaban que el Raco comenzaba a soplar. Interesado en la música, tuvo mucha relación con su profesor de Música Lincoyán Berríos, quien era en ese momento el compañero de Estefanía Birke. Lincoyán es de hecho el papá de su primer hijo de nombre Amaru. La amistad humana y musical con Lincoyán se extendieron al periodo universitario de Enrique ya que fue parte de una agrupación musical llamada “Mangüé” que dirigía su otrora profesor. En esos ensayos, tocatas y encuentros, compartió en varias ocasiones con Estefa. En ese momento ninguno sabía que se dedicaría a los títeres. En alguna de esas jornadas también se conocieron Estefa y Laura. Casi una década más tarde, nos encontramos sin saberlo de antemano en el Teatromuseo del Títere y el Payaso. Nos presentábamos ese fin de semana en el teatro y Estefa estaba trabajando ahí. Era el año 2013 si no nos equivocamos. Ahí compartimos y nos volvimos a reír. Rápidamente hablábamos un mismo lenguaje. Conversamos lo que nos permitieron las ocasiones. Nos enteramos que estaba trabajando en la compañía OANI Teatro, además del trabajo en el Teatromuseo y de otro en un Restaurante. Estaba a mil revoluciones. 

10 años más tarde, en enero de 2022, la visitamos en su casa en Las Vertientes, de vuelta en el Cajón del Maipo. Alojamos en unas cabañas en esa misma localidad de la comuna de San José de Maipo, a 1 mágica cuadra de la casa de Estefa. Las Vertientes es la puerta de entrada al cerrado valle del río Maipo. Caminando salimos de la cabaña con las cámaras, el micrófonos y los trípodes a vivir nuestro primer encuentro titirigráfico. El nerviosismo propio de quien comienza una nueva actividad se fue diluyendo ante la confianza que teníamos con nuestra amiga. Cuando nos abrazamos en el portón de su casa, era como si el tiempo no hubiera pasado. Sentados bajo un parronal, entre chistes y recuerdos del pasado, entre sorbo y sorbo de una fría cerveza para capear el seco calor cajonino, Estefa nos fue deshilando su historia. Aquí la volvemos a hilar con palabras escritas para que perdure en las páginas de este libro

Su despertar al mundo de los títeres.

A espaldas de Santiago, Atrás del cerro San Ramón, la joven Estefa se levantaba antes del aclarar para subirse a la micro “Cajón del Maipo”, que hacía el recorrido entre San José de Maipo, incluso algunas desde Baños Morales hasta Santiago. Por mandato de sus progenitores, la pequeña Estefa debía estudiar en un colegio de Santiago a 1 hora y 30 min. horas de viaje de ida y otras dos horas de vuelta. En invierno esto significaba salir de noche y regresar de noche. Ahora que el lector siente un poco de empatía por la joven Estefa, podemos proseguir. Ya siendo mayor de edad y habiendo terminado el colegio, decide estudiar actuación en la Escuela de Teatro de la Universidad Finis Terrae. “En la escuela yo ya trabajé con el objeto, con el mundo del objeto. En el segundo año de escuela comencé a trabajar con las máscaras con Óscar Zinmerman. Máscaras larvarias, comedia del arte”. Comenta que fue ese lenguaje donde encontró un cruce entre las tablas y la plástica que le fascinó. Según nos contó, siempre tuvo facilidad y le gustó crear cosas con sus manos. Fueron sus manos las que la salvaron económicamente en momentos de dificultad ya sea construyendo un vestuario, un juguete, un muñeco. Comprendió entonces que ese lenguaje unía los dos amores que tenía. El teatro y la plástica. En ese proceso fue comprendiendo que el teatro era más que actuar y emitir un texto con la voz. Precisamente era el discurso su tendón de Aquiles, según  nos confesó, le costaba horrores memorizar los textos. “Por eso el teatro de objetos y de títeres me llamaba tanto la atención, pues podía incluso prescindir de las palabras”, además que podía realizar su vocación plástica que era algo que también le apasionaba. “El títere es más flexible. No tiene una cosa con la palabra, con el verbo, con lo que dijo el dramaturgo. Tiene algo que es más solemne y más cerrado el teatro”. Comenta que otros profesores también la ayudaron a no ver ni concebir al objeto como un decorado dentro del teatro. Hernán Lacalle y Eduardo Jiménez eran parte de estos maestros que ampliaron su concepción del teatro. Eduardo Jiménez era el diseñador escenográfico de Jaime Lorca y Hernán Lacalle un director chileno que trabajaba el lenguaje del teatro de objetos. “Ya conocía que en el fondo no era sólo actuar el teatro, ni hablar. Ese era mi problema, porque la memoria con el texto… fatal.” Dice Estefa entre risas que constantemente cambiaba las palabras de los textos, pero siempre expresando la idea de lo que se está queriendo decir. Pero al cambiar los textos, a veces no le daba el pie que necesitaba el compañero de teatro y podía causar un caos. Con el lenguaje de los títeres, Estefa se sentía más libre, porque de alguna manera en los títeres está todo permitido.

Dentro de la misma escuela, junto a su afición por los objetos, nace su afición por la técnica. Ya siendo una estudiante se hace muy amiga del iluminador de la institución, Yuri Canales, y con él aprende mucho de esta herramienta escénica. Al salir de la escuela comienza a hacerle la técnica a la compañía de su ex profesor Oscar Zimmerman. En esos tiempos también trabajó de técnica y actriz en la Compañía “La Rueda Coja”. Esta compañía mezclaba el circo y la danza teatro. Era un elenco de 15 personas. “Nos reuníamos tres veces a ensayar en la semana y la verdad era muy desgastante. Económicamente no me quedaba ningún peso”. El dinero se diluía rápidamente entre tantas personas que integraban la compañía. “Me Aburrí. Me cansé”. La cansó la nula estabilidad económica que le implicaba dedicarse al arte escénico, sumado al esfuerzo y desgaste que le implicaba no sólo su trabajo artístico, sino también el trabajo paralelo que debía realizar para mantenerse. En ese momento lo que mantenía su economía era un trabajo que realizaba para una página web de artes plástica que era de su padre. Su hijo Amaru tenía tres años y no podía dedicarle todo el tiempo que hubiese querido a su crianza y a compartir con él. “No quería estar encerrada dentro de un teatro todo el día y no ver el sol. Eran jornadas largas, desde las 10 de la mañana hasta las 7- 8 de la noche”. Con todos estos sentimientos y sensaciones Estefa toma un día la decisión de irse a vivir al sur de Chile, a la Patagonia, en el año 2009.

En el sur de Chile, en plena carretera austral, Estefa y su hijo Amaru se radican en La Junta. Se trata de una pequeña localidad ubicada a 5 horas de la ciudad de Coyhaique y a 4 de Chaitén. O sea, en el medio de la nada. Allí, en esos fríos y desolados parajes, Estefa comienza a trabajar del turismo y comienza a soñar con hacer una escuela tipo Charleville-Mézières. Sus sueños y los deseos que la llevaron a vivir en el sur del sur, se van desvaneciendo y va quedando la realidad de un lugar que artísticamente no se puede hacer mucho más que crear. No hay teatros, público, centros culturales ni nada. Ya con ganas de moverse, pero sin tener muy claro donde, una tarde suena el teléfono. Era Camila Landón, de la Compañía OANI Teatro. En otras ocasiones ya había trabajado para dicha Compañía haciéndoles el diseño de vestuario de algunos de sus proyectos, como “La Monga”, que fue presentado en un Festival de Teatro Container. Del otro lado del teléfono, desde la ciudad de Valparaíso, Camila le ofrece ocupar el espacio que dejó vacío uno de los integrantes de la compañía que se había retirado, Luciano Bugmann. Iba a tener que manipular la cajita Lambe Lambe, para la cual ella misma había diseñado y realizado el vestuario tiempo atrás para la compañía. La obra se llamaba “Amores de puerto”. Esa obra hacía parte de la trilogía de 3 cajitas Lambe que creó OANI volviendo a Chile desde Brasil, país donde habían aprendido la técnica. Así por primera vez Estefa armaba nuevamente su mochila, la de su hijo Amaru, agarraba algunos platos y ollas y volvía a probar suerte en una nueva ciudad el año 2010. 

Ya instalada en Valparaíso, sin poder vivir exclusivamente de su trabajo en OANI, entra a trabajar en un restaurante como mesera. En ese mismo momento entra a trabajar en el Teatromuseo como administrativa. En esos tiempos fue que nos reencontramos en el año 2013. Así pasaron un par de años, pero “En un momento estaba trabajando en el restaurant de nueve a cinco de la tarde, ensayaba con OANI Teatro en las tardes y los fines de semana trabajaba en el TeatroMuseo. No tenía mucho tiempo para mi hijo Amaru.” Entonces decide dejar el restaurante y empezar a dedicarle más tiempo a hacer vestuarios para distintas compañías de teatro y así poder trabajar en casa. Comenta que el taller de costura es lo que la ha salvado siempre, porque lo puede hacer en su casa y estar con sus hijos. Con esos tiempos que le permite haber dejado el restaurante, comienza a crear su primera cajita lambe lambe llamada “El Cruce”. Este pequeño montaje lo crea en dos semanas y media, sin ningún centavo. A medida que trabajaba con esta precariedad fue naciendo su obsesión con el reciclaje. Los muñecos los realizó Sebastían Farah de corcho. Rompió un pantalón para hacer las ropitas. Consiguió con un amigo unas planchas de Tetrapak, el envase de las leches, jugos, salsas de tomate y otras cosas, con las que se están haciendo cosas increíbles, ya que con calor los envases se pegan entre sí Con esos materiales realizó todo el espectáculo. Cuando pensó en la historia, nos contó que decidió traer su experiencia Patagona al pequeño mundo de las cajitas. Quería mostrar las caídas y porrazos que había tenido allá en el sur fruto del apuro y de la forma de afrontar la vida tan propia de la ciudad. Llevando un par de años trabajando con OANI, sintió nuevamente el llamado de su interior que le pedía un cambio. Ese cambio esta vez tenía que ver con OANI y a su vez con la ciudad de Valparaíso. Con mucha dificultad logra tomar la decisión de dejar OANI y comenzar a volar con sus propias alas. La separación de OANI fue intensa según nos comentó, ya que de alguna manera fue “dejar la teta, lo seguro. La Camila es una seca, una gestionadora, full con la negra. Son dos poderosas.” Estefa nuevamente se arrojó de cabeza a la maravillosa y aterradora experiencia del cambio y de la incertidumbre. Quería hacer su propio camino. Fascinada con el formato de las Lambe lambe sigue investigando en este tipo de teatro de títeres y crea una web llamada “Lambe lambe va por el mundo.” La usaba de plataforma para difundir los espectáculos en esta técnica que se presentaban en el paseo Gervasoni, una peatonal de Valparaíso. En ese espacio nunca se presentaba sola, sino que lo hacía con distintos colegas que acudían al mismo lugar a pasar el sombrero. Al principio la página se llamaba “Lambe lambe Valparaíso” y cómo se fue del puerto comenzó a llamarse “ME_vaporelmundo”. Usando de alguna manera la palabra Valparaíso y su nombre como diseñadora “ME”. Este será el nombre de su compañía solista, que nace el año 2015. Después de todo este largo periplo, que la lleva a vivir al sur y a Valparaíso, Estefa vuelve a su lugar de nacimiento habiendo hecho un gran viaje del héroe. No vuelve con el rabo entre las piernas, habiendo fracasado, sino todo lo contrario, vuelve con fuerza, vuelve eligiendo ese lugar entre todos los otros en los que estuvo viviendo. Vuelve a vivir a “Las Vertientes” después de más de 10 años de probar suerte en otros lugares, el mismo lugar que la había visto nacer. Cuando se va a vivir nuevamente al Cajón del Maipo, se va a vivir con la intención de poder gestionar arte y cultura, a través del Teatro de títeres para la comuna de San José de Maipo. Con esa intención creó el año 2019 la fundación “Habitante Andino” que sigue activa hasta el día de hoy. Siguiendo con su interés por el teatro en miniatura, crea en Las Vertientes la obra “Aipa”. Una obra de teatro Lambe lambe que hizo en base a la técnica del collage, recortando revistas. Comenta que fue un proceso de investigación donde todo lo pasó por el cuerpo. Era su manera de expresar lo que significaba para ella volver a la montaña. Investigó  la cosmovisión andina y esa investigación mezclada con la técnica del collage dieron vida al espectáculo. A estas alturas del encuentro el sol ya había comenzado a descender y el color anaranjado vestía los cerros que nos rodeaban por todos lados. Comenzamos a despedirnos y Estefa casi de despedida nos dice .“A mí me cuesta decir que soy Titiritera, porque en el fondo claro, tengo mis dos espectáculos. Tengo una experiencia con el teatro de objetos. Estoy en un proceso de investigación que es un poco lento, pero que vamos, ¡Me siento una persona de teatro!”. Nos abrazamos fuerte y nos despedimos. Ser o no ser, esa es la cuestión. En todo caso, los ingredientes necesarios para pertenecer a la tribu titiritera los tiene todos, no sólo el amor por los títeres, sino el nomadismo, la aventura, lo creativo y lo multiartista.