Teatro de Títeres Candelilla

Encuentros y reencuentros por los caminos de los títeres

Una noche de julio del año 2016, en el entrañable “Teatromuseo del Títere y El Payaso” que llevan adelante Paulina Beltrán y Víctor Quiroga de la compañía “El Faro”, se organizaba una varieté de payasos y payasas. En esos días estábamos compartiendo con nuestro colega y amigo Borxa Insúa Lema de la Compañía “Títeres Alakrán”, de Galicia, España, en la casa de la mamá de Enrique en Ventanas. Él estaba invitado al III Festival Internacional “Titinerantes del desierto de Atacama” que organizamos en el norte del país y había llegado su vuelo a Santiago. De la V región partiríamos en nuestro auto atravesando el maravilloso desierto de Atacama que en esa época estaba florido. Borxa experimentaba muchas ganas de actuar y aún debíamos atravesar más de 1.000 kilómetros para que pudiera hacerlo. Entonces hablamos con Paulina y ella consiguió que Borxa pudiera presentar dos números de marionetas en aquella varieté. Para nuestra alegre sorpresa, cuando aquella noche entramos al Teatro Museo, estaba ni más ni menos que Tito Guzmán de la Compañía Candelilla que se encontraba vestido de gala para la ocasión, nuestro declarado en el año 2016 a pedido de la ATTICH[1], Tesoro Humano Vivo por parte del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Borxa ya conocía a la familia Guzmán, con quienes mantiene una relación de afecto mutuo. De hecho unos días antes de encontrarnos, había estado de visita en su casa en Santiago de Chile. El sillón que amablemente lo cobijaba, pero que lo hacía ver tan solito en el rincón de lectura del gran salón dónde está emplazado el Museo, fue llenado enseguida por nuestros 3 cuerpos, el de Laura, de Enrique y de Borxa, además de nuestros morrales y mochilas. Allí hundidos en la comodidad y blandura de la espuma del sillón, conversamos largo y tendido y por supuesto nos reímos mucho. En ese intercambio nos contó varias de sus anécdotas y se nos mostró tal cual creemos que ha sido siempre, humilde, sencillo y con un amor y respeto incondicional por los títeres y sus colegas de profesión. Desde ese día guardamos en la memoria su risa ancha y libre, y una mirada profunda y sincera, con la que nos volveríamos a encontrar.

            Una mañana calurosa de enero del año 2022, nos adentramos en la comuna de Lo Espejo, en un pasaje de barrio, donde no se sabe dónde termina la calle y empieza la vereda. Sin saber bien la dirección, y un poco para darle más dramatismo a la escena, le preguntamos con cámara encendida a una vecina por la casa de los titiriteros. “Por supuesto !Los Guzmán! Viven ahí, dos casas más allá”. Nos respondió alegre y enérgica mientras seguía regando el pasto. Entre flores, plantas y plantitas nos recibía la casa de esta entrañable familia que constituye la leyenda viva de la tradición titiritera chilena. No sin un dejo de nerviosismo tocamos el timbre y nos abrió Eli Guzmán Flores, hija del matrimonio de Tito Guzmán y Luchita Flores. Con Eli no nos habíamos conocido personalmente, pero sí nos habíamos relacionado y comunicado a través de las redes sociales, de grupos en común de Whatsapp, así como de amigos, amigas y colegas en común. Cuando nos abrazamos por primera vez aquella mañana, sentimos como si ya nos conociéramos hace años. Pronto llegó Luchita, fue como abrazar a nuestra abuela. Nos sentíamos en casa. Pasamos a la cocina donde suceden todas las cosas. Ahí estaba sentado en la mesa de la cocina el Tito. Se estaba tomando un tecito. Nos abrazamos y reconocimos.

Nos sentamos también, cada uno con una taza enfrente y un plato pequeño donde pronto reposaría por poco tiempo una hallulla con mantequilla. –¿Quieren té chiquillos? Nos preguntó Luchita- ¡Por favor! respondimos. Nos ofrecieron una cajita con varios tipos de té e infusiones. Mientras el agua hirviente caía de la tetera hacia nuestras tazas, nos enteramos que Tito estaba con problemas de memoria, entre otros problemas de salud. Eso explicaba por qué lo veíamos más callado que la última vez. Afortunadamente esa sonrisa que tanto nos había deslumbrado en Valparaíso siguió presente en su rostro durante todo el desayuno. Esa mañana de tecitos y hallullas nos contarían, todo tipo de hilarantes anécdotas y episodios que componen su maleta de recuerdos. La portavoz sería sobretodo Luchita, quien nos ofrecía cálida y cariñosamente su relato con perspectiva de mujer. Tito por momentos aportaba y continuaba alguna anécdota, pero seguía atento cada historia y asentía o se reía. Seguramente mientras escuchaba a su compañera de vida, viajaba en imágenes hacia esos recuerdos. Los títeres fueron el barco por el que navegaron todo tipo de aguas y fueron empujada y empujado por todo tipo de vientos. Tantas épocas que atravesaron con las maletas llenas de sueños.

Esa mañana de enero de 2022, la pareja que teníamos enfrente tenía casi 64 años de vida dedicada a los títeres. Nuestra compañía tenía en ese momento apenas 13. Salimos de su casa en un estado de profunda emoción y maravillamiento, sobre cómo han llevado adelante su camino profesional. La familia Guzmán Flores, la Compañía de Títeres “Candelilla”, ha dedicado su vida al milenario oficio de los títeres en Chile. Tito y Luchita han creado y criado una familia entre los muñecos. Fueron los títeres en sus manos titiriteras quienes les dieron de comer, pagaron la educación de sus hijos e hijas y todo aquello que necesitaron. Eli, la única hija que estaba presente en la cocina aquella mañana, prácticamente nació siendo titiritera. A sus 3 años se subió por primera vez al escenario, y mucho antes, estando en la guata de su mamá, comenzó a querer salir de allí adentro en plena función de títeres. Aquella mañana nos contaron esta anécdota y muchas otras que, hilvanadas por la dulce y pausada voz de Luchita, nos fueron develando su historia titiritera. Aquí nuestra humilde traducción de aquella oralidad que nos regalaron de manera tan generosa.

Su despertar al mundo de los títeres. 

Hubo ciertos tiempos en los que la misma angosta franja de tierra entre la Cordillera de los Andes y el Océano Pacífico llamada Chile, que hoy es símbolo de neoliberalismo en el mundo entero, era la tierra donde el arte y la cultura eran parte de la cotidianeidad de un Pueblo. Eran mediados de los años cincuenta y la ebullición cultural que año a año se hacía más fuerte, iba cimentando el primer triunfo a nivel mundial que tendría el socialismo en las urnas, que tendría lugar casi dos décadas más adelante en el país. La gente votó a conciencia. ¿Habrá sido gracias a la emancipación de pensamiento que nos proporciona el arte? Tal vez, quizá, “no lo sabemos”, como le gusta decir a nuestro hijo Inti, pero es muy probable que así sea.

Volviendo a la historia de la compañía “Candelilla”, los Sindicatos, casi desaparecidos en Chile desde la dictadura, eran poderosas armas en las manos de las y los trabajadores y tenían su propio Departamento de Cultura. Algunos de ellos tenían incluso un elenco de teatro estable. Tito Guzmán y Luchita Flores eran, desde mediados de los años cincuenta, parte del Elenco de teatro del Sindicato de MADEMSA, una empresa chilena de electrodomésticos. Una tarde de 1958 llegó al teatro del Sindicato, un titiritero de nombre Héctor Guerra. Iba a realizar una presentación de Títeres. El señor Guerra era parte del Teatro Experimental de la Universidad de Chile, según nos contó Tito. Era actor y titiritero. Dentro del público que vio la función aquella tarde, se encontraban las 3 parejas que conformaban el Elenco de teatro del Sindicato. Una de ellas eran Luchita y Tito, quienes quedaron fascinados. Después de la función ninguna de las parejas habló del titiritero, ni de la obra, ni de nada, por un buen tiempo. Siguieron ensayando como si no hubieran visto ninguna función de títeres.

Para Tito y Luchita aquella función fue una luz y regresaron inmediatamente a su casa a intentar fabricar esos muñequitos que habían visto en la escena y crear su propio montaje de títeres. Sin saber cómo construir los títeres, Tito intentó en primer lugar hacer el molde con arena. Obviamente no resultó. Luego intentó con greda y ahí sí tuvo éxito. Una vez creado el molde, le iban pegando pedazos de papeles de diario con engrudo. Recuerda Luchita que la madre de Tito siempre fue un gran apoyo para la familia y la compañía y ayudaba cortando papelitos de diario y cosiendo las ropitas de los títeres. En ese momento vivían con ella. Así pasaron las semanas puertas adentro, investigando y creando, equivocándose y aprendiendo. Para la gran sorpresa de nuestros confidentes, cuando mostraron su obra a las demás parejas del elenco, los otros les confesaron que ellos también habían hecho su propia obra de títeres. Gracias a esa función del colega Héctor Guerra, nacerían en el año 1958 tres compañías de títeres, dos de ellas de las más importantes de la tradición titiritera chilena, “La compañía Tradicional de Títeres de Chile”, también conocida como “Los Morán” y la Compañía “Candelilla”, que continúa vigente hasta la actualidad.

En el primer momento la compañía se llamaba “Tito Guzmán y Luchita Flores”. Una vez que el nombre fue elegido y los títeres construidos y las obras montadas, comenzaron a hacer títeres en la casa de la mamá de Tito, ubicada en la población Julio Dávila. Cuentan que cualquier moneda que tuvieran los y las asistentes era bienvenida. Muchas veces actuaban directamente de manera gratuita.“Éramos apegados a la iglesia” agregaría Tito al relato de Luchita, queriendo decir que lo hacían como un regalo para las niñas y niños de uno de los sectores más carenciados de la ciudad de Santiago. Cierto día golpeó a su puerta el párroco de la población, diciendo que se había enterado que estaban haciendo títeres y venía a ofrecerles su ayuda. Tito le dijo que necesitaban hacer el decorado y que faltaban las telas para hacer las ropas de los títeres. Además, le pidió si le podían regalar los restos de los sacos de harina con los que hacían el pan, para fabricar el engrudo. El párroco aceptó. Se dieron la mano y se selló la nueva alianza. La Compañía comenzó a actuar en la parroquia Santa Cristina, ahora para un público más numeroso. El cura seguía dándole vueltas al asunto de los títeres y pensó en agregarle a la función una “once”, como se le llama en Chile a la merienda. Entonces, “se invitaba a los niños y niñas a ver el espectáculo de títeres y comer algún pedazo de pan, unas galletas, tomar una leche” cuenta Luchita. Al parecer el cura tenía muy claro que había que alimentar tanto al cuerpo como al espíritu y que ninguna de las dos cosas por separado era suficiente. Aunque el niño o la niña llegaran con las manos vacías a ver el espectáculo, se les daba la bienvenida y podían satisfacer su hambre y ejercer su derecho a la alimentación y al disfrute artístico.

Una mañana del año 1961, llegó corriendo la madrina de Tito para avisarles que había gente en la calle, que se estaban tomando un terreno en “La Legua”, que era un sector relativamente lejos de donde ellos vivían. En ese momento la familia ya había crecido y eran parte de sus aventuras tres hijos e hijas.  Una cuarta estaba por venir. La familia Guzmán-Flores, ya numerosa, seguía viviendo en la casa de la mamá de Tito. Sin pensarlo dos veces, se lanzaron a la calle junto a otras familias que se iban sumando en el camino a esta caravana por un techo propio. También se habían enterado de la toma y caminaban a construir su hogar. Al final de una largo andar, llegaron al terreno, en la chacra Santa Adriana de la comuna de La Cisterna, con una carpa, muchos sueños y los tres niños agarrados de la falda de Luchita. Un tiempo tuvieron que dormir en la carpa mientras construían una casa de 4 habitaciones junto a otras 3 familias. Cada una de ellas viviría en cada una de las habitaciones. Así sucedió. Unos años más adelante el presidente Frei Montalva, a finales de los años sesenta, les mandó a construir una casa a cada una de las familias de la toma. Cada uno de los vecinos y vecinas del pasaje fueron compañeros y compañeras de lucha para conseguir colectiva y comunitariamente un lugar donde vivir.

Una vez que ya estaba construida su casa compartida, comenzaron a ofrecer sus espectáculos en las escuelas cercanas. Cuenta Luchita con orgullo que mientras ella se encargaba de los hijos e hijas, Tito salía a ofrecer sus espectáculos a las escuelas. Cuando lograba acordar una función, un vecino le prestaba un triciclo donde llevaba los títeres, el teatrino y demás objetos escenográficos “Siempre nos hacían burla, éramos los titiriteros pobres”. Dijo Luchita luego de recordar el triciclo, que estaba a punto de perderse para siempre en el baúl de los recuerdos. Estas burlas venían de los y las titiriteras que vivían y trabajaban en el sector alto de Santiago de Chile, donde se concentran las personas de mayor poder adquisitivo. Aquellos titiriteros y titiriteras trabajaban animando fiestas de cumpleaños para la elite de Chile y también tenían contrataciones con municipios de estas zonas.  Tito y Luchita nos cuentan que aquellos titiriteros y titiriteras llevaban más tiempo haciendo títeres y por lo tanto tenían más conocimiento en el arte titiritero. Pero lamentablemente no querían competencia” no querían nuevos titiriteros y titiriteras, por lo tanto eran egoístas con el conocimiento que tenían. Cuenta Tito: “Yo cambié toda la cuestión esa. ¡No poh!, ¡Por qué poh! Mira, si ese chico quiere ser titiritero lo va a ser aunque le ayuden o no. Si él tiene el bichito de los títeres lo va a hacer y lo va a hacer y lo va a hacer ¡Y mejor que nosotros!” afirmó Tito con convicción. Luchita agregó al finalizar con ímpetu: “¡Cómo hicimos nosotros!”

Siguieron un tiempo así, viviendo de las escuelas cercanas a su hogar, lo suficientemente cercanas para que ese triciclo pudiera cargar los títeres y las historias de la Compañía “Tito Guzmán y Luchita Flores”. Muy pronto ese nombre comenzó a parecerles largo y pasaron a llamarse la “Compañía de Tito” o simplemente “Tito Guzmán”. Una vez que la familia creció, los ¡8 hijos! del matrimonio empezaron a ayudar con los títeres, a acarrear maletas, construir los muñecos, hacer la técnica, etc. Cuentan que iban siempre a los espectáculos de ayudantes. Conocían todas las obras. Y por eso después se le puso Candelilla, porque el Tito dijo: -Oye esto floreció igual que florecían las candelillas en el sur. Cuando yo estaba salían las lucecitas. Y para él los títeres son una luz”. Las candelillas son las luciérnagas del sur de Chile.

La compañía “Candelilla” como ya hemos señalado, es una compañía familiar, y los 8 hijos e hijas: Manuel Flores, Héctor Guzmán, Pablo Guzmán, Elizabeth Guzmán, Marielsa Guzmán, Sergio Guzmán, Patricia Flores, Alexis Flores nacieron y se criaron junto a los títeres. Cuando hace un par de días le preguntamos a Eli los nombres de sus hermanas y hermanas me escribió sus nombres y apellido y aclaró, cito textual su mensaje de texto “Manuel Flores es hermano de mi mamá, mi abuela falleció en el parto y mis padres lo criaron de bebé como un hijo más y Patricia y Alexi, son sobrinos de mi mamá, quedaron pequeños sin padres y mis padres también los adoptaron” Termina el mensaje con un emoticón de una carita con 3 corazones. Los tres hermanos que le regaló la vida y una mamá y un papá llenos de amor.

De las anécdotas que nos contaron de la familia aquella mañana, la que queremos compartirles es que “la Eli”, como la llama Luchita, desde el tercer día de vida comenzó a ir a las funciones. Cuentan que durante el armado del espectáculo, una vez que sacaban todos los títeres y objetos de la maleta para realizar la función, ese objeto tan valioso para titiriteros y titiriteras, se transformaba mágicamente en una cuna donde la recién nacida Eli Guzmán presenciaba, contenida en aquel lugar sagrado donde duermen los títeres, por primera vez de este lado de la piel, la función de títeres de su papá y su mamá. Cuatro días atrás había experimentado su última función al otro lado, nadando dentro de la guata de Luchita. Seguramente su alma ya titiritera había decidido que quería llegar al mundo en el escenario. Fue en el medio de una presentación de títeres que su pulsión de vida la incitó a nacer y comenzó a hacérselo entender a su mamá, quien se encontraba con los títeres en las manos dispuesta a salir a escena. Luchita sintió las contracciones y supo que el momento había llegado. Entonces le pidió a la niñera que cuidaba a sus hijos que por favor la reemplazara en la escena. Nos cuenta que Margarita, la niñera, había visto incontables veces la obra de Candelilla mientras se hacía cargo de los niños y niñas, así que seguro podía hacer sus partes. Margarita no lo dudó un segundo y se puso a titiritear de inmediato. Además, Luchita le encomendó una segunda misión: que Tito no se enterara de las contracciones. Le pidió que le mintiera, que le dijera que se había ido a cocinar el almuerzo. Margarita obediente cumplió a cabalidad las 2 misiones. Una vez terminada la función, llegó Tito contento a su casa a preguntarle a Luchita qué había cocinado de rico. Ella le explicó, seguramente con un tono proveniente de las profundidades de la humanidad, de esas profundidades que sólo pueden acceder las personas con capacidad gestante cuando están por dar a luz, que no había cocinado nada y que tenían que correr al hospital. ¡Eli estaba por nacer! Eli estuvo a punto de salirse con la suya y lograr su titiritesca intención de nacer en aquel mágico espacio de juego escénico, donde los títeres cobran vida, ¡en un Teatrino! Pero no, finalmente fue en el Hospital, aunque como dijimos, apenas salió de aquel blanco lugar, volvió a la calidad del teatrino y los títeres.

A sus jovencísimos 3 años, la niña Eli actuó por primera vez con la Compañía en la obra “Caperucita Roja”. Según nos confió la misma Eli. De ahí en más que ella no se bajó de los escenarios. En un cierto momento en que el trabajo de la “Candelilla” comenzó a abundar, Eli y Manuel, el mayor de los hermanos crearon un elenco paralelo de Teatro de Títeres que le permitiría a la Compañía realizar dos funciones en paralelo. Eli nos contó que Manuel siempre se queja porque en general nadie lo nombra cuando cuentan la historia de la compañía, y que él estuvo presente acompañando a Tito en el triciclo cuando iban a realizar las primeras funciones, que él ayudó a hacer el Teatrino, entre otras muchas tareas en las cuales estuvo presente. Así que aquí queremos dejar registro de la fundamental labor que Manuel, siendo el hermano mayor de la familia Flores – Guzmán, ha desempeñado como parte de la compañía. En la actualidad si bien “los 8 pueden hacer títeres” como comentó Luchita, sólo 2 de ellos se han dedicado profesionalmente al teatro de títeres: Eli Guzmán, quien sigue siendo parte de la Compañía “Candelilla” y Sergio Guzmán que funda su propia compañía llamada “Pequeñuelos”

Volviendo a la historia, Cuando Salvador Allende y la Unidad Popular estuvieron en el gobierno (1970/1973), Tito formó parte del mítico “Tren de la Cultura”, una valiosa iniciativa de descentralización cultural que era una de las primeras medidas de un vigoroso plan que se proponía crear un Ministerio de Cultura y Escuelas de Artes en cada una de las Regiones. Como bien se imaginan, el plan fue interrumpido por el Golpe de Estado de 1973, pero mientras duró, el tren iba parando en cada Estación y allí se realizaban presentaciones y talleres de distintas disciplinas artísticas. Cuando nos hablan de ese tren, siempre lo imaginamos viajando entre las nubes. Viajaban sobre aquellos rieles artistas de todo tipo, de la altura del gran cantautor Víctor Jara, torturado y asesinado en el Estadio Nacional, al día siguiente que ocurriera el Golpe de Estado el día 12 de septiembre de 1973. En aquel tren, Tito estaba a cargo de los talleres de construcción de títeres. Como la realidad a veces es más compleja que la realidad misma, en realidad, la titiritera “Charito Godoy, que tenía “muy buenas relaciones públicas,” como comentó Tito entre risas, era la que estaba contratada para hacer los talleres, pero ella lo subcontrataba a Tito. Entonces el taller lo ofrecían los dos. Cuenta Tito que fue una experiencia inolvidable.

En esos tiempos de Allende e incluso algunos años antes, Tito trabajó mucho en la Compañía de Charito Godoy como titiritero invitado. Charito trabajaba con un actor. Cuándo éste faltaba, que parece que pasaba bastante seguido, lo llamaban a Tito. Pasó en cierta ocasión que Charito lo llamó a Tito para que reemplazara al actor, pero esta vez Tito estaba terriblemente engripado, con fiebre y un terrible malestar. Según nos comentaron Charito era muy persistente en sus pedidos, muy “zalamera” en palabras de Tito. Contaron que a pesar de la negativa de Tito, Charito lo fue a buscar a su casa y que tras mucho argumentar, logró convencerlo de que fuera a actuar, ya que tenía unas pastillas milagrosas para curar su mal o al menos atenuarlo por unas horas y que pudiera actuar. Una vez en el auto rumbo a la función, Tito se tomó la tan mentada pastilla. Cuando llegaron al lugar donde sería la actuación, Tito no se sentía del todo bien. Le preguntó a Charito “-¿Qué me diste? Me estoy quedando dormido”. Lamentablemente las tan milagrosas pastillas antigripales prefirieron quedarse en las profundidades de su cartera. La cosa es que la ansiosa mano de Charito agarró confiada otras pastillas, sus píldoras para dormir. Entre risas recuerda que prácticamente no sentía los brazos. Entonces la ingeniosa Charito, que siempre tenía una carta bajo la manga, le pidió a su chofer que durante la función le afirmara los brazos a Tito para que éstos sostuvieran los títeres medianamente erguidos. Finalmente Tito actuó prácticamente dormido, con los brazos sostenidos por el chofer y con una voz que imaginamos debe haber sido bastante más lenta y alargada que su voz de siempre. En esa época previa a la dictadura, había mucho trabajo. Nos contaron que la compañía llegaba a dar entre 2 y hasta 3 funciones en un año en una misma escuela.

Ya en el marco de la Dictadura, las Escuelas comenzaron a contratar cada vez menos funciones y Tito tuvo que ponerle motor al triciclo y comenzar a ofrecer sus espectáculos en escuelas más alejadas, pertenecientes a otros municipios de la región metropolitana e incluso en otras regiones. Cuando aparecen el teléfono y el fax, comienzan a agilizarse las comunicaciones con los posibles compradores de funciones y ya no se tenía que invertir tanto tiempo en hacer un viaje previo a cada ciudad. La situación parecía sencilla, salvo por el detalle que la familia Guzmán-Flores aún no tenía teléfono en su casa. De hecho había sólo un teléfono en todo su barrio. Aquel afortunado vecino había visto la veta económica en tan deseado artefacto. Este perspicaz señor, sabía que muchos de los llamados que entraban para Tito o para Luchita estaban relacionados a un posible contrato laboral, entonces decidió cobrarles esos sagrados minutos al teléfono, como si cada una de las llamadas fuera para confirmar la realización de una función. Nunca pudieron convencerlo de que a veces el llamado provenía de una amiga, de un amigo, un familiar ¡y que no siempre eran ventas de funciones!

A raíz de este mismo contexto adverso y con las escuelas prácticamente cerradas para los y las artistas, comenzaron a ofrecer sus espectáculos para la celebración de fiestas de cumpleaños. La técnica que siempre los acompañó desde el principio de su carrera fue el títere de guante. Sus primeros espectáculos en el iniciático año 1958 fueron una adaptación de Caperucita Roja y una obra creada por Tito llamada “El rey que no sabía sumar”. Ambos montajes, según nos comenta Luchita, nunca fueron escritos. La forma que utilizaban para asentar la puesta en escena era la improvisación en el escenario, con el público presente. Improvisaban en base a la dramaturgia que ya habían conversado y convenido. Luego de decidir los aspectos generales de la dramaturgia y crear los títeres y escenografías, se lanzaban directamente a probarla con el público. Querían ver y escuchar las reacciones de la audiencia, entender qué cosas funcionaban y cuáles otras no, y así ir modificando y perfeccionando la obra a medida que se iba presentando. De esta manera, crearon más de 30 espectáculos, muchos de los cuales tenían 3 actos, con cambios de decorados entre cada uno. Ahora bien, cuando comenzaron a trabajar en cumpleaños se dieron cuenta que el gran formato del Teatrino de Títeres de Guante que tenían, no se adaptaba a los espacios donde tenían actuar, ni los tiempos de armado y desarmado a los costos que podían llegar a cobrar. Entonces comenzaron a investigar en la Marioneta de Hilo y con esa técnica, crearon un montaje específico para los cumpleaños.

Llevaron a cabo a lo largo de su trayectoria muchos proyectos muy mágicos e interesantes, como el “Teatro Castillo de la playa”. Se trataba de un teatro en forma de Castillo que montaban cada verano en alguna localidad del Litoral Central (San Sebastián, Costa Azul, Las Cruces, El Tabo, El Quisco y Algarrobo). Allí se iba toda la familia con la casa a cuestas por los 2 meses que duraban las vacaciones de verano. Arrendaban un camión para trasladar toda la estructura desmontable de paneles de madera y hierros, para armarla entre todos y todas. Aprovechaban la tentación que ofrecía el verano y el océano, para invitar a otros familiares y amigos a sumarse al proyecto y poder vacacionar y dormir en el Castillo, disfrutar del verano por el intercambio de armar el castillo, atender la boletería, desempeñarse en la técnica, en la limpieza, entre otras tareas. En el Castillo entraban 70 personas, por lo que había realmente mucho trabajo por hacer. El mágico proyecto del Castillo se mantuvo programando títeres durante 30 años.

Festival Internacional “Candelilla Trae los Títeres” y Escuela de Teatro de Títeres y Folclor de Lo Espejo.

Luego del año 2000, año en que la compañía comienza a participar en Festivales de otros países, comprenden que esa instancia de encuentro y reunión alrededor del arte de los títeres, era una instancia y un espacio de formación sumamente fructífero, que le hacía un enorme bien a la profesión. Con esto en mente, así como con la intención de crear un legado y de brindar una manera de “alivianarles el camino a los titiriteros y titiriteras que estuvieran comenzando en los caminos de la profesión” como dijo Eli, comenzaron a organizar el Festival Internacional “Candelilla trae los títeres” en el año 2000. En aquel año la excusa para realizar la primera edición del Festival fue la celebración de los 40 años de la Compañía “Candelilla”. Hijos, hijas, nietos y nietas organizaron una gran fiesta en el Teatro Novedades de la ciudad de Santiago de Chile. Llegaron hasta allí artistas invitados e invitadas de todo el país, de Argentina, Perú y Colombia. Así nació la primera versión de este bello festival, que este año 2023 celebró los 23 años de existencia. El Festival siempre ha tenido un carácter integrador, comunitario y sus espectáculos se han realizado tanto en escuelas, teatros, plazas y en distintas organizaciones Culturales, permitiendo que el público de los diversos lugares disfrute de las distintas funciones, talleres y actividades. En estos 23 años se han presentado 176 compañías de 17 países de América, Europa y Asia. Este Festival fue uno de los primeros en Chile que logró perdurar y mantener su continuidad a través del tiempo, y en cada nueva edición ofrecen además de espectáculos de distintas compañías, diversos talleres de formación en el arte de los títeres.

Con la intención similar de contribuir a la formación y profesionalización de los y las titiriteras de Chile, crearon en el año 1998 la “Escuela de Teatro de Títeres y Folclor Itinerante de la Comuna de Lo Espejo”. En aquel primer momento funcionaba de manera itinerante en distintas Sedes Vecinales, Sociales e Instituciones Educativas. Hoy en día, si bien la escuela se sedentarizó y tiene ahora una sede fija, sigue garantizando el derecho al arte y la cultura de poblaciones vulnerables de la comuna. En la actualidad ya no sólo enseña el arte de los títeres a niños, niñas, jóvenes, adultas y adultos mayores de la comuna, sino también Música, Literatura y Plástica.

Con el nacimiento de la ATTICH, Asamblea de Titiriteros y Titiriteras de Chile, nació muy prontamente en el colectivo un impulso irrefrenable de que Tito Guzmán fuera declarado Tesoro Humano Vivo. Con más de 60 años en la profesión, ejerciéndola de modo totalmente artesanal e integral, el candidato era perfecto. No entendemos bien por qué Luchita Flores quedó fuera del pedido. La cosa es que la enorme gestión realizada por la ATTICH permitió que finalmente en el año 2016 lo condecoraran con esta distinción, algo de total relevancia para el conjunto de la profesión ya que con este nombramiento toda nuestra profesión, realizada de manera tradicional y artesanal, se ha transformado en Patrimonio cultural inmaterial de Chile.

Con ese título a cuestas, marcado, conmemorado y distinguido, el mayor tesoro de los Titiriteros y el mayor titiritero de los tesoros, hoy Tito continúa transitando este bello camino, y es a él a quien le toca darle la autorización a otros titiriteros y titiriteras de ser considerados cultores de este arte, de este oficio que se ha ido organizando, creciendo, valorándose a sí mismo, para transformarse en una profesión. Será a este ser generoso, humilde y respetuoso con las y los colegas, a quien le toca garantizar que otros y otras también puedan ser tocados y tocadas por la varita mágica del Patrimonio.

A Tito y a Luchita nuestras gracias eternas por todo lo transitado, caminado y aportado en el camino de la profesionalización de nuestro arte, por todo lo compartido, lo recibido y lo dado. Aquí van estas palabras con todo el cariño y la admiración.


[1] Es la Asamblea de Titiriteros y Titiriteras de Chile, conformada en el año 2015, que es una propuesta de relacionamiento hermanado y libre de jerarquías entre compañeras y compañeros de la profesión. Una de sus primeras acciones ha sido la de proponer para las categorías Patrimoniales del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile a Tito Guzmán como Tesoro Humano Vivo, representante de los y las titiriteras. Hecho nada menor, que a la vez inaugura la consideración como Patrimonio Inmaterial para el Teatro Tradicional de Títeres en Chile.