Encuentros y reencuentros por los caminos de los títeres

La tierra colorada hace una combinación perfecta y equilibrada de colores con el intenso verde de la selva paranaense, el cielo azul y las nubes blancas. El gigante río marrón de nombre Paraná que alimenta toda esa vida viene viajando realizando un largo y ha debido soportar cascadas y presas para poder seguir su camino, no tan libre hacia el Océano Atlántico. La ciudad de Posadas nos recibe después de 1000 kilómetros de ruta calor y planicie. Cansados llegamos al hostal que recibe a los y las titiriteras que participábamos del Festival Internacional Kruvikas, que ese año 2015 celebraba su edición número trece. Sin miedo a la mala suerte dejamos nuestras cosas en el cuarto y cuando salimos a ver con quien nos encontraríamos, escuchamos el más profundo silencio. Imposible, pensamos, si por ahí anda algún o alguna titiritera no deberíamos escuchar el silencio.  En eso llega el Vasko, célebre colega de la Compañía organizadora del evento “Kossa Nostra”. Recién nos conocíamos. Sin mediar pregunta nos comenta que están todos en una fiesta y que la comida sería allí. Creo que no se percató de nuestra cara de 1.000 kilómetros, no teníamos alternativa. Teníamos hambre. Así que partimos. No indagaremos en los pormenores de la fiesta, ni de la comida de aquella noche. La cosa es que al día siguiente cuando ya nos podíamos ver las caras al sol y escucharnos las voces lo vimos a Esteban. Lo reconocimos ya que hace unos 5 años que manteníamos una estrecha amistad con su mamá y su papá, “Los Payasíteres”. Nos abrazamos con ganas y charlamos largo y tendido. Serían varios días de risas, guitarreadas y por supuesto títeres. El festival es un encuentro obligado con los y las colegas. Una semana encerrados en el hostel viviendo una especie de reality titiritero que incluso publicó un calendario triple X, con los titiriteros galanes que participaban de aquella edición y algunos otros para rellenar los meses que nos faltaban. En ese intenso encuentro, siendo ya amiguetes de su mamá Elena y su papá Sergio, nos hicimos amigos del hijo titiritero, trota caminos igual que ellos e igual que quienes escriben

Si mal no recordamos no nos vimos más personalmente hasta el 2022, en nuestra entrevista titirigráfica, pero si nos encontramos virtualmente. Esteban fue parte de 2 Festivales que organizamos en Chile, pero que no pudimos estar presencialmente. Uno fue el año 2020 en Vallenar y el otro el 2021 en Calama. Ese año 2021 era la primera vez que Calama abría las puertas de su teatro, para un aforo reducido, desde que se había desatado la pandemia en marzo del 2020. Era agosto del 2021 y había un nerviosismo especial por estos mismos motivos. En Chile se vivió la pandemia de manera muy estricta. ¡Hubo casi un año de toque de queda! La cosa fue que “Avuelopajaro” cerraba el festival un viernes a la tarde. Viernes al mediodía suena el teléfono de Enrique. Era Esteban, que contaba con un poco de vergüenza que la camioneta que lo llevaba a la función estaba atrapada en los cruces de los ríos Salado y Loa, a unos kilómetros del hotel donde se hospedaba en la hermosa localidad de Chiu Chiu a 25 kms. de Calama. – !Pero qué haces ahí¡ Rompió el silencio del barrio El Faldeo de Capilla del Monte. Enrique, que se agarraba la cabeza para entender por qué Esteban estaba atrapado en un río ¡En el desierto más árido del mundo!

Hasta que nos reencontramos en febrero de 2022 para hacerle esta entrevista en la casa de su abuelo, el papá de Elena, que lamentablemente había fallecido unos meses antes. Dicha propiedad está ubicada en la localidad de Malloco, a unos 30 kms. de la ciudad de Santiago. Allí están viviendo Sergio y Elena, a quienes también aprovechamos de entrevistar. Esteban estaba visitando a papá y mamá con su compañera Paolina, una titiritera mexicana con quien estaba terminando en aquel entonces un proyecto de co-producción de obra que había ganado Iberescena denominado “Abuelares”. Espectáculo que estrenaron ese mismo año 2022. 

En esa casa de Malloco nos encontramos por primera vez con padre, madre e hijo. Almorzamos un delicioso salmón que supuestamente hizo Sergio, dudamos que sin ayuda de Elena y entre risas y salmón y vino Esteban nos develó el misterio de su aventura por los ríos del desierto. La cosa fue así. Aquel fatídico día de agosto del año 2021, encontrándose Esteban en su hotel de Chiuchiu, llegaron a buscarlo para llevarlo a la función que sería en el Teatro Municipal de Calama. El chofer de la camioneta, bastante simpático al parecer, le preguntó si había visto la unión de los ríos Salados y Loa. Al parecer una de las maravillas de la zona, considerando que el próximo río está a cientos de kilómetros. Esteban, viajero por naturaleza, le dijo que no conocía, insinuando que quería ir. El chofer esperando esta respuesta le dice: -¡Vamos! La camioneta en realidad era una van y el chofer claramente pno era piloto de rally. Así que van, chofer y titiritero vieron de pronto interrumpida su gran aventura ya que, al intentar cruzar el río, que no debe haber sido demasiado caudaloso, quedó varada en el medio del barro que estaba debajo del río. Así estuvieron atrapados por horas. Finalmente vino un hijo del chofer en otra camioneta y tras unos intentos infructuosos de sacar la van a los tirones con la camioneta, decidieron que dejarían la van y el chofer en el medio del río y Estaban viajó en la camioneta al teatro. Cuenta que quedaba un poco más de media hora para que empezara la función y que Esteban llegó todo mojado. Sin responder a las preguntas. Como buen profesional que es, aquella tarde montó en tiempo record e hizo la función que cerró de manera exitosa el Festival de ese año. 

Antes de almuerzo fue el primero en sentarse en una antigua silla blanca de metal que estaba en el jardín posterior de la casa. Allí dispusimos la cámara y el micrófono para que nos fuera deshilvanando su particular historia de hijo de titiritero/as

Su despertar al mundo de los títeres

“Soy hijo de papá y mamá titiritera”. Esteban lo sabe. No es lo mismo ser hijo de mamá y papá ingenieros, que de papá y mamá titiriteros. “Nunca me enseñaron a hacer títeres mis papás.  Yo siento que ellos siempre quisieron que fuéramos libres, en el sentido de la toma de decisiones” Cuenta que vivió una infancia con los títeres muy cerca. Acompañaba a los Payasítreres a las funciones, ayudando primero a cargar pequeñas cosas y más tarde incluso ayudaba con la técnica. También los acompañaba en su rol de militantes políticos con los títeres en las manos, yendo a muchas poblaciones, a colaborar con el despertar la conciencia, invitando al pueblo a perder el miedo y derrocar al tirano. Compartió con titiriteras y titiriteros colegas, amigos y amigas de sus padres en su propia casa, cuando estos venían de visita. Estos “tíos” de Esteban si le fueron enseñando distintas cosas y trucos de este milenario arte. Comenta que cada uno de ellos dejaba huellas en él que le iban de a poco marcando el camino que lo llevaría a dedicarse finalmente a los títeres. Siendo absolutamente libre para no hacerlo. Para Esteban él oficio era muy cercano, pero nunca le dijeron ni le pidieron que se pusiera hacer títeres. Nunca lo presionaron. Sin mostrar demasiado interés en los muñecos de pequeño, nos confiesa que sin embargo siempre los observaba cómo construían. Esteban nunca quiso ser titiritero, ya que no quería hacer el mismo camino paterno. Siempre fue rebelde, pero nunca pudo revelarse contra lo que sería verdaderamente su camino. A los 14, 15 años Esteban desbordaba de adolescencia y ya quería correr en busca de su camino, que él creía muy, pero muy lejos del camino de los Payasíteres. Pero sin querer queriendo, cada paso que daba para alejarse de los títeres, más lo acercaban a ellos. Cuenta que de muy niño el arte que lo acompañaba era la plástica; el dibujo, la pintura. Pensó que por ahí iba su camino. Estudió en un colegio artístico y luego entró a estudiar Licenciatura en Artes en la Universidad de Playa Ancha en Valparaíso en el año 1997. Cuenta que, al elegir su especialidad, Esteban se inclinó naturalmente por la escultura y de a poco comenzó a darse cuenta que todas sus esculturas eran personajes. “Eran títeres” comentó entre risas. Esteban no tenía escapatoria. 

Sin sentir que la Universidad ni la carrera le estaban entregando aquello que buscaba, Decide en el año 1998 dejar la universidad e irse de viaje a recorrer los caminos latinoamericanos. En ese momento quería pintar murales y conocer gente y paisajes. Pensando y pensando en la gran pregunta de cómo vivir mientras viajaba, vino la respuesta natural: los títeres. Inmediatamente entra en una especie de claustro y se mete de lleno en la creación de un montaje de títeres. En la historia, la construcción de los muñecos y luego la interpretación y animación. En este proceso creativo fue que de a poco venció su propia resistencia y comenzó a enamorarse de este arte milenario. Su rebeldía no pudo ir contra sí mismo y terminó haciendo, no el camino de sus padres, sino su propio camino con los títeres en las manos. Sergio y Elena construían la mayoría de sus títeres con planchas de espuma, pero cuenta Esteban que en ciertas ocasiones lo hicieron tallando el mismo material. A Esteban siempre le interesó esa manera de extraer el personaje escondido en el bloque de espuma, el arte de quitar lo que sobra. Así que en su primer montaje, sus títeres fueron  tallados en espuma. Heredó el material, pero se rebeló en la técnica. Una vez que terminó de escribir la historia y de crear los muñecos, se dio cuenta que dos manos eran insuficientes para darle vida al montaje. Hoy reflexiona que al menos en ese tiempo no tenía las herramientas para hacerlo, quizá hoy con más experiencia, podría llegar a adaptarlo a un unipersonal. Necesitaba un par de manos más. Entonces apeló a la confianza, a la fe de que algún amigo o amiga iba a poder hacerle el aguante y acompañarlo en la escena y en el viaje. Pero lamentablemente no encontraba quien se subiera a su barco. 

Afirma que aprendió a hacer títeres haciendo títeres. Ese primer montaje fue su gran escuela. Si bien había tenido toda esa experiencia indirecta que tuvo al ser hijo de titiritero y titiritera, una vez con los materiales en las manos y las ideas en la cabeza, se sentía naufragar en aquel océano con infinitos tonos de azul que constituyen las obras de títeres. “A pesar de ser hijo de titiriteros y de haber visto títeres toda la vida, te das cuenta que no sabes nada a la hora de empezar a hacerlo y te das cuenta que quizás no sirves para esto. También un montón de fracasos y frustraciones con respecto al ir haciendo e ir aprendiendo, porque uno aprende en el hacer.”

En esos tiempos de total rebeldía Esteban se autopercibía (palabra tan de moda) punk, por lo tanto su historia de títeres naturalmente también era punky, como él. Con una maleta llena de cabezas de títeres y con su propia cabeza llena de imágenes de esos mismos títeres, Esteban se subió al primer bus que iba al sur para presentar su ópera prima en el marco de una Recuperación de tierras de una comunidad mapuche. Nunca había hecho la obra. Estando allí un par de días, con la maleta cerrada apoyada en un costado, una noche le pide a un amigo que le ayudara con la obra. Sin contar muchos detalles de la misma comenta: “Una bonita y extraña experiencia” se limitó a decir. De ahí esa obra nunca más se mostró y los títeres lamentablemente se perdieron. 

Al regreso de ese viaje Esteban comprendió que debía tener un espectáculo  solista, que no podía estar dependiendo de qué alguien lo ayudara. Entonces crea la obra “El pequeño mundo de Dios”, un espectáculo solista de títeres de mesa para adultos. Comenta que en esos inicios necesitaba comunicarse con el público adulto. Comenta que tenían sus espectáculos una intención filosófica, una búsqueda más política, de decirle cosas a la gente. Cuando finalmente la realidad venció al filtro, el joven Esteban cayó en la cuenta de que en Chile no podía vivir de trabajar para el público adulto, por lo que probablemente tampoco lo iba a poder hacer viajando, que era la razón primera para hacer títeres. En estas cavilaciones estaba cuando un día de ese año 1999 suena el teléfono. Era Miguel Oyarzun de la compañía “El Chonchón”. Necesitaba alguien que lo acompañara a España. Carlos, su compañero de aquel entonces no podía viajar y necesitaba que alguien lo ayudara sobre todo a enguantarse los títeres, en su unipersonal “Juancito y María”. También necesitaba ayuda para manipular a John Lennon títere, para un número de mesa que también llevaba. La oferta no incluía dinero, pero sí los pasajes, la comida y el alojamiento durante todo el mes que duraría esa gira por España. Además de todo el aprendizaje que sin duda tendría. Como era de esperar Esteban le respondió que sí y partieron en esa aventura.

Cuenta que aprendió mucho en ese viaje con Miguel, descubriendo el oficio desde dentro del teatrino. Una vez que Miguel debía emprender la vuelta, Esteban le dijo que él se quedaba un tiempo más en España. Había llevado en su valija su espectáculo “El pequeño mundo de Dios” y quería probar suerte y probarse a sí mismo que podía vivir de los títeres, tal como hacían sus padres, en la calle, a la gorra. Se quedó en Barcelona, sólo, sin dinero, pero con toda la ilusión y alegría que tiene el bebé al dar sus primeros pasos, que siempre son difíciles, pero tan satisfactorios como no lo serán nunca más. En un principio lo mandaron a la Rambla de Barcelona, un espacio peatonal turístico emblemático de la ciudad. El problema era que en ese espectáculo Esteban contaba una historia, por lo que una peatonal no era el escenario apropiado, pues la gente quiere ver algo corto y seguir caminando para ver el siguiente entretenimiento. En su perseverancia, Esteban fue descubriendo que había ciertos festivales en los cuales la ciudad entera se veía intervenida por ese magno evento. En ese marco Esteban buscaba una buena esquina donde actuar, donde la gente si se pudiera dar el tiempo de ver el espectáculo entero. Con estas gorras, el joven Esteban comenzaba a vivir por primera vez de los títeres. Cuando vuelve a Chile, ya sabiendo que se iba a dedicar al arte de los títeres, se da cuenta que necesitaba un espectáculo para Público infantil, ya que era necesario al menos en Sudamérica trabajar para niños para vivir de este arte. Confiesa que en ese momento no lo deseaba para nada, pero de alguna manera sintió que no le quedaba otra. 

Con esa idea en mente empezó a armar ya en España una obra pensada para todo público. Comenta que en un momento en que iba concibiendo el espectáculo, comenzó a darse cuenta que la imágen que le venía a la mente cuando pensaba en uno de los personajes de la nueva historia, era la imagen de una marioneta de un colega llamado Michel. Michel tenía prácticamente su misma edad en los títeres. Hace poco tiempo este colega había realizado una marioneta con Marcela Chiappe. El personaje que había creado con Marcela era el de un vagabundo violinista. Esteban continuaba tratando de escapar de ese personaje “ajeno” que se le aparecía y se le volvía aparecer en su historia, hasta que fue comprendiendo que lo que tenía que hacer era precisamente lo contrario, no escaparle sino unirse a él. Así, Esteban asumió que debía trabajar con Michel y su marioneta. Cuenta que había conocido a su colega y a su marioneta un tiempo atrás, y que si bien le encantó el personaje, no habían tenido ocasión de conversar demasiado. Se conocían, pero de manera muy superficial. Pese a esto, Esteban le escribió una carta desde España, donde le contaba algo muy extraño sucedía entre el espectáculo que estaba creando y su marioneta. Le dijo que a raíz de eso quería trabajar con él y le propone sin dudarlo que se fueran a viajar. 

En Chile Michel recibe la carta, la lee y seguramente se queda un buen rato en silencio. En ese momento estaba estudiando en la universidad. Como no conocemos a Michel, nos cuesta ficcionar acerca de si se demoró o no en responder, si prefirió conocerlo en persona para responderle o lo hizo así, a ciegas vía carta. La cosa es que Michel aceptó la propuesta, deja la universidad, montan el espectáculo y se van a viajar. Al fin nuestro amigo había encontrado no sólo a su compañero de títeres y de viajes, sino también a un hermano de la vida, alguien muy importante que lo acompaña en su vida hasta el día de hoy. Finalmente, también se suma al viaje un pintor muralista llamado Hugo. De esa trinidad nace el año 2000 la compañía “Tropienzo”, con el sueño común de viajar mientras se hacen títeres y murales en el camino. El primer país que llegan es Bolivia. En todo ese año 2000 vivieron en Bolivia con un nuevo espectáculo que crearon llamado “El inmortal perdido”. Una obra que mezclaba las técnicas del Bunraku, marionetas de hilo y títeres de varilla. La obra trataba de un personaje al que se le perdía el corazón. Sobre esa base improvisaban mucho recuerda. Les fue muy bien en Bolivia. Tenían la filosofía de qué el títere tenía que estar vivo todo el tiempo. Tenía que estar activo, interactuando por los caminos humano todo el tiempo que les fuera posible. Entonces sus muñecos cobraban vida no sólo en el escenario, sino también en la cotidianeidad, en el almuerzo en el mercado, en la fiesta del pueblo, entre singanis y coca. Cualquier momento se volvía propicio para que ellos tengan la oportunidad de experimentar el compartir.  No nos extrañó lo enfático de Esteban al afirmar que aquellos personajes tenían mucha personalidad y a la vez mucho que contar de los lugares en los que habitaban, que son los mismos dónde se presentaban. Los teatros, las escuelas fueron sus escenarios. También gestionaron funciones directamente con distintos municipios, así como participaron de distintos festivales. Gestionaron mucho. De ahí comenzó a gestionarse autónomamente como hace hasta la actualidad, ofreciendo sus espectáculos de manera independiente. A diferencia de sus padres Esteban nunca se consideró un titiritero de calle, porque nunca lo fue. Desde sus inicios en Bolivia que ofrecía sus espectáculos a instituciones a cambio de un cachet. 

Cuenta que la modalidad que tenían de viaje era estar entre uno o dos meses en alguna ciudad, generando el recurso necesario para poder estar otro mes viviendo en alguna comunidad indígena o campesina. Una vez allí arrendaban alguna casa y vivían con la gente de la comunidad. Vivieron ceremonias indígenas, vivenciaron el trueque como moneda corriente, se presentaron en lugares donde jamás habían visto títeres en su vida, en lugares donde los habitantes no hablaban el castellano, sino aymará o quechua. No obstante a las limitaciones, cuenta que el arte y los títeres y su afán de vivir como viven ellos y la empatía de ponerse en su lugar, impactaba poderosamente en las comunidades. Cuenta que cuando se iban, la gente no quería que se fueran. De alguna manera “Uno se empieza a transformar en alguien importante para la gente”. Seguramente sucede eso, porque también para Esteban y sus compañeros, ellos y su cosmovisión son importantes y aquellos habitantes donde aterrizó “Tropienzo” percibieron que así era. 

Después de Bolivia fueron a hacer lo mismo con comunidades mapuches al sur de Chile. En un momento se fue Hugo, recién ahora conocemos su nombre, el tercer integrante de la trupe y quedaron solamente la pareja inicial de Esteban y Michel. Siguieron los dos en el sur un tiempo más, aprendiendo de la cultura mapuche. En un momento cada uno se “emparejó” y empezaron a crecer las familias. Ahí empezó otro viaje, cada uno con los suyos. La compañía termina disolviéndose, pero la amistad y el amor perduran hasta el día de hoy. 

En pareja, esperando su primer hijo, Estaban y su nueva troupe se van a vivir a Coquimbo el año 2003. En la cuarta región comenzaría este nuevo viaje, el de permanecer y arraigarse a un territorio. Cuando comenzó su trabajo como solista, siguió llamándose “Tropienzo” en un principio. Sin ahondar demasiado, cuenta que hubo una crisis entre los 3 por el nombre. Su correo de siempre era “Avuelopajaro”. Cierta vez, un presentador presenta a su compañía con ese nombre: Avuelopajaro. Se ve que había leído su mail y se habían equivocado de información. Al final de cuentas el equivocado era Esteban ya que ese sí era el verdadero nombre de su compañía. Dice que de siempre le ha gustado jugar con las palabras y crear nuevos léxicos. “Me gusta la conjunción de palabras, los juegos de palabras.” Comenta que la frase “A vuelo de pájaro” se ocupa mucho en Chile para referir algo que pasó muy rápido. También el hecho que los pájaros son nómades como él. Además que lleva implícito el abuelo encerrado en el mismo nombre. Ese año 2003, ya siendo “Avuelopajaro” comienza a golpear puertas en la cuarta región, pero el títere no tenía ninguna acogida. “La gente no sabía ni le interesaban mucho los títeres”. 14 años vivió en la cuarta región. Durante esos 14 años comenzaron a llegar distintos colegas y  empezó a haber muy buena onda y cariño entre ellos. Comenzó a generarse colectividad y trabajo en equipo. El fruto de ese proceso sería la cooperativa titiritera “Liebretortuga” que realizó grandes proyectos de títeres para la región. Por el colectivo pasaron varios, pero el núcleo central eran 5 personas pertenecientes a 3 compañías. “Avuelopajaro”, “La Boda” y “Ojos de agua”. A lo largo del tiempo fueron entrando y saliendo otras Compañías que aportaron al colectivo. Uno de los proyectos de mayor relevancia e impacto llevado a cabo por el colectivo es el Festival Internacional de títeres “Liebretortuga”. Este Festival nació formalmente en el año 2012, pero según nos contó Esteban el proyecto había comenzado a dar sus primeros pasos en el año 2008. El Festival tuvo 6 versiones en el teatro Centenario de La Serena y continúa realizándose al día de hoy, perseverando y resistiendo a la casi total ausencia de espacios de presentación y del apoyo económico del estado y de los municipios, cambiando y adaptándose ante las dificultades. Con estos miramientos el colectivo decidió formalizarse y constituirse como una cooperativa de titiriteros y con esa plataforma este año 2023 la cooperativa “Liebretortuga” está llevando a cabo un proyecto de Sala Teatral móvil llamada “La Cicloneta Escénica Rodante”, para poder suplir la ausencia de espacios de presentación.

    La Compañía Avuelopajaro ha seguido volando con alas propias y ha seguido ejerciendo la profesión de manera itinerante. Ha presentado sus espectáculos en: Bolivia, Argentina, Brasil, España, Colombia, Perú, Ecuador, México, Chile. Si bien la compañía sigue siendo unipersonal, cuenta Esteban que siempre busca la colaboración y la mirada de otros colegas en sus obras. Así le ofreció la dirección de 2 espectáculos al titiritero argentino Manuel Mansilla y el año pasado estrenó una coproducción chileno mexicana con su compañera de camino y de vida Paolina Orta de la Compañía “Teatro de la materia” de Ciudad de México. Esta co-producción fue ganadora el año 2020 del Programa “Iberescena”. La obra en cuestión se llama “Abuelares” y se estrenó el año 2022. A Paolina tuvimos la suerte de conocerla en aquel almuerzo con Sergio y Elena y cruzar algunas palabras, risas y bastante complicidad.  Esteban ha continuado su trabajo colectivo a través del gran sueño que es la ATTICH, (Asamblea de titiriteros y titiriteras de Chile), que nace el año 2015. Esteban es uno de los soñadores que la crearon y que siguen sosteniéndola en el tiempo. Sus espectáculos lo han llevado a representar a Chile en prestigiosos Festivales de toda Latinoamérica. La vida nos dará tiempo para seguir compartiendo con él. Les dejamos con una maravillosa cita que Esteban nos regaló esa mañana.

“Lo que tenemos los titiriteros y las titiriteras es que somos creadores de universos. Intentamos crear un universo para contárselo al pueblo. Son universos imaginarios de posibles mundos imaginarios. Entonces en esos posibles mundos imaginarios también somos poderosos transformadores de la sociedad de manera muy sutil, muy anónima muy por debajo… No sabemos lo que estamos sembrando… Permanentemente siento que tenemos que estar imaginando el mundo donde queremos vivir y proponérselo a la humanidad, porque la humanidad se lo tiene que imaginar y construir”