Encuentros y reencuentros por los caminos de los títeres
Así como Pixar creó una universidad para monstruos, la Universidad Nacional de San Martín, abrió una diplomatura para titiriteros y titiriteras. La diplomatura en Teatro de Títeres y objetos nacía y si bien estaba destinada para cualquiera que quisiera aprender de este milenario lenguaje, se inscribió una inmensa mayoría que ya eran “titiriseres”. Entre los que recién comenzaban a olfatear las infinitas posibilidades de este arte, se encontraba Laura. Allí escuchó por primera vez hablar de la Compañía “El Chonchón” de la boca de uno de sus compañeros que ya era titiritero, el cordobés Aníbal Arce. Gracias a él y a las inquietudes propias de la joven Laura, asistió a las 2 funciones que realizó en el Festival Catalinas Sur ese año 2010. Las ya célebres “Juan Romeo y Julieta María” y “Tres Espinas” entraron por sus ojos y oídos, naciendo un sentimiento de admiración por el potencial expresivo e interpretativo que esta compañía había logrado en el títere de guante. En esas jornadas comprendió que en el mundo del teatro de títeres el Chonchón era una palabra Santa.
Al año siguiente, durante el segundo año de la diplomatura, Laura y sus compañeros y compañeras tuvieron la alegría y el honor de recibir un taller de títeres de guantes dictado por Miguel Oyarzún y Laura Ferro. En sus recuerdos, Laura se sintió como una niña durante toda la jornada, risueña con ganas de participar, levantando la mano para pasar en cada uno de los ejercicios, pero lo que más recuerda es que no sintió en ningún momento ni miedo ni tensión de pasar al frente, sino todo lo contrario. Un buen maestro invita a jugar y a exponerse sin juzgar y eso fue precisamente lo que ocurrió aquella vez. Una vez que aparece Enrique en esta historia, se le llenan los oídos de la palabra Chonchón y de la ansiedad de ver un espectáculo de ellos y conocer finalmente a su compatriota Miguel Oyarzún, quién cómo él había emigrado y se había radicado en Argentina. Ocurrió en el 2013 que Laura y Enrique vieron el espectáculo “Los Bufos de la Matiné” en el Centro Cultural de la Cooperación en Buenos Aires. En esa Sala Enrique también se enamoró de los movimientos de esos títeres, del humor tan fino y bien ubicado en cada una de las escenas, de la improvisación sensata y en el momento justo, incorporando en su actuación todo aquello extracotidiano que sucede en ese aquí y ahora del rito del teatro, así como aquello que sucede en el barrio, la ciudad, el país, el mundo. Ni un poco de más ni un poco de menos. Todo en su justa medida. Una verdadera clase magistral de títeres de guante ver actuar al “Chonchón”.
Cuando gracias a nuestra insistencia y no sin ayuda del destino pudimos organizar el I Festival Internacional de Títeres y Marionetas de Antofagasta, en el año 2013, supimos que el segundo año queríamos invitar al “Chonchón”. Cuando el año 2014 comenzamos a proyectar el Festival agarramos el teléfono y sin dudarlo, y con un poco de ansiedad le hablamos a Miguel. Le hicimos una oferta que no pudo rechazar (jeje). Y así fue que en el invierno del 2014, en la ciudad de Antofagasta, nacería nuestra profunda amistad que perdura hasta el día de hoy. En aquel festival, íntimo como todos los que organizamos, participaron Prakash Bhatt de India y Trapusteros Teatro de España. Sin duda fue el Festival que más nos reímos y disfrutamos. La primera vez que él vio nuestro espectáculo fue una función que realizamos de “Un botón en mi cabeza” en el Hospital Regional de la ciudad, en el área de niños. Era una pequeñísima sala donde apenas cabía el teatrino. Una vez que el escenario fue montado, comenzaron a llegar los pequeños que llevaban días, quizá meses ahí sin ver el sol. Esperamos que los títeres hayan sido como la Luna y les hayan dado un reflejo del hermoso sol que nos alumbra, calienta y que posibilita la vida, Sin decirnos nada, Miguel y Laura se aparecieron por su lado en el hospital para ver la función. Para nosotros sería una función muy especial, y no sin nervios el tenerlo a Miguel en aquella pequeña sala auxiliar del hospital. Pero como cada vez que nos vio a partir de ese momento, una vez que terminamos la función Miguel nos dio una devolución completa, compleja y profunda que sin ninguna excepción ocasionó qué reflexionáramos sobre nuestro trabajo artístico y nos impulsó siempre a seguir mejorándolo. Porque si hay algo que nos permite el teatro, es que el espectáculo pueda seguir creciendo con el tiempo.
Este festival fue la primera de muchas ocasiones en las que lo invitamos a participar de los festivales y programaciones que hemos organizado tanto en Chile como en Argentina. Estamos seguros que donde lo pongamos nos va a dejar bien parados, no sólo a nosotros como organizadores, sino a los títeres como arte en general. Miguel no sólo ofreció sus espectáculos “Los Cómicos del 900” y “Juancito y María”, sino que además ofreció en varios lugares talleres de interpretación de títeres de guante, contribuyendo a la creación de semilleros artísticos para el nacimiento de futuros nuevos titiriteros y titiriteras. Ese mismo año 2014, a nuestro regreso de Antofagasta, cruzamos por el paso de Jama hacia Salta Argentina, para comenzar a descender hacia el sur. Habiendo ya recibido la invitación en el norte de Chile, nos aparecimos una tarde de agosto en su casa en Córdoba Capital. Esa sería la primera de muchas veces que pasamos por Córdoba y que nos alojamos en su casa. Inolvidables noches de vino y lengua suelta fueron para nosotros parte de nuestra formación. Una vez allí, volvió a insistir en que nuestros títeres tenían las cabezas muy pequeñas y que había que hacerlos de nuevo. Eran nuestros primeros títeres y podían crecer enormemente, no sólo en tamaño sino también en estética y de paso disminuir su peso que a ratos nos acalambraba los dedos. Cuando sacamos los títeres de la maleta en su taller para mostrárselos y que nos diera algunos consejos, comenzó a observarlos con preocupación. Al rato quita la mirada de los títeres y nos mira a los ojos para exclamar: ¡Pero estos títeres no tienen nuca, ni orejas! Era cierto. Los títeres tenían cara, pero les faltaba la profundidad del cráneo. Sin dudarlo agarró la cabeza de la títera Juana y la puso en la prensa. Le sacó el pelo, agarró un pedazo de espuma, que tenía en el rincón de las espumas, adhesivo de contacto, tijeras y comenzó a laburar. No sé si pudimos ocultar la cara de espanto y dolor cuando comenzó la operación. Tuvo que cortarles parte del corto cráneo que les habíamos construido para poder pegar bien la espuma que previamente había recortado para darle forma de cráneo. Una vez pegado respiramos tranquilos. Hizo el mismo procedimiento con Clott. Luego dejando los títeres secando, fue a su heladera y sacó un pote con papel maché que había creado hace poco. Es posible que recordemos mal y que no haya tenido papel maché preparado y que lo hayamos tenido que preparar en ese momento. Para el caso es irrelevante Sepan disculpar nuestra memoria. Lo cierto es que moldeó unas orejas y las pegó en la cabeza de cada títere. Para cerrar con broche de oro la escuelita, nos enseñó a hacerles pelucas de lana a los títeres. Ya que también nuestros títeres estaban honestamente pelados. La verdad no sabíamos hacer pelucas y lo que hicimos intuitivamente fue pegarles lana por lana, pelo por pelo en la cabeza. Y así claramente no funciona la cosa.
Cuando llegamos a Buenos Aires y volvimos a abrir la maleta de los títeres, nos dimos cuenta el crecimiento estético que habían adquirido, y casi sin dudarlo, aunque no sin una gran angustia, comenzamos a construir en arcilla una nueva camada de títeres que reemplazarían a los antiguos. Hoy esa primera camada de títeres son parte del elenco de títeres de nuestro hijo Inti. Por eso y por todas las devoluciones que nos hizo a lo largo de nuestros encuentros sobre nuestra puesta en escena, sobre la dramaturgia y la interpretación, han hecho que seamos cada día un poquito más titiriteros, no mejores, sino más.
Si seguimos relatando encuentros y anécdotas de las incontables veces que compartimos, tendríamos como para escribir un libro. Por contar una de esas, Miguel hizo la función de títeres para el cumpleaños número 3 de Inti. Estuvimos muchas veces comiendo asados en su casa, nos encontramos en Viña en la casa de su mamá, tomamos café en Buenos Aires, caminamos por la sierra acá en Capilla del Monte. Miguel es uno de nuestros maestros, uno de nuestros referentes, pero lo mejor de todo es que es nuestro amigo. Déjenos escribir un sólo recuerdo de cuando en el marco del I Festival Internacional de Títeres de Calama, que organizamos en la ciudad, le tocó a Miguel actuar a 3.400 msnm, en la localidad de Caspana. Un pueblo que los españoles no pudieron encontrar cuando invadieron el continente americano. Una localidad escondida detrás de una montaña con casas habitadas de piedra y barro que datan del año 400 D.C. En el pueblo deben vivir unas 100 personas. La cosa es que desde que llegamos y que Miguel empezó a montar su teatrino, no se veía un sólo alma en tan hermoso paisaje. Algo preocupados por la afluencia de público, Laura se enguantó a María y Enrique a Juancito, ambos títeres de Miguel y salimos con Miguel a paso lento para no apunarnos, a recorrer el pueblo e invitar a los pobladores. Tras unos 10 minutos de buscar y buscar seres humanos, en un momento vemos deslizarse cerro abajo por un senderito a una señora de edad, vestida con las enormes polleras tan características de las “cholitas” de las culturas andinas. Aymará en este caso. Creo que cuando nos vio aceleró el paso, pero nosotros hicimos lo propio. Cuando estuvimos lo suficientemente cerca, serían Juancito y María quienes la invitaron a la función de títeres que estaba por empezar. Inolvidable la respuesta que nos regaló “¡No estoy de títeres!”. Tras exclamar esto, sin dejar su apurado paso, vimos flamear las polleras y trenzas cerro abajo, desapareciendo de nuestra vista en unos segundos. Lo más probable es que ella nunca haya escuchado siquiera la palabra títeres. Volvimos al teatrino felices, aunque sin haber podido recolectar público para la función. De pronto viene bajando a la placita donde estaba montado el teatrino una mujer adulta con unos 7 niños y niñas de la mano. ¡Llegaba el público! Antes de actuar nos reunimos detrás del teatrino. Enrique le prestó los lentes de sol a Miguel y le insistimos que hiciera la obra lenta para no apunarse. Ese día fuimos testigo y partícipes de un verdadero viaje hacia otro tiempo y otra dimensión. La cara del mismo Miguel una vez que terminó la función lo decía todo. Creo que los tres comprendimos en ese momento el profundo impacto que tienen los títeres y los regalos que nos ofrecía esta profesión, a la que también nosotros tanto le ofrecemos.
Sería ahora, hace algo más de un mes, que logramos después de unos 2 o 3 intentos hacer el reencuentro titirigráfico. Las otras veces nos habíamos quedado hablando y hablando, pero no habíamos prendido la cámara. Seguramente porque en realidad no nos veíamos hace mucho y teníamos que ponernos al día. Llegamos ese día al mediodía a su casa. Estaba sólo. Pusimos a Inti a ver alguna película y nos encerramos como tantas otras veces en el taller a hablar, esta vez con la cámara prendida. Tenía el teatrino de “Capistrano”, una versión del Zorro en la que después de unos 30 años vuelve a trabajar con su hermano Robi. Lo había hecho hace poco en el espectáculo “Los Beateres”, en el que también comparte escenario con su compañera Laura Ferro. Ese día Miguel propuso empezar la entrevista con una pequeña pelea de espadas entre algunos personajes de Capistrano. Después de la danza que desplegó en la escena, con total naturalidad y confianza nos fue contando su historia. Mucha de esa historia ya la conocíamos, por lo que en nuestro rol de investigadores no necesitábamos estar tan pendientes de ir pensando en la misma entrevista por lo que pudimos disfrutar libremente de un sin fin de anécdotas y cosas que le dieron un color muy especial a la entrevista. Aquí les ofrecemos lo que nuestros oídos escucharon de su relato aquel día, mezclado con lo que a lo largo de tantos encuentros nos había contado de su historia. Con mucho cariño y agradecimiento por tanto vivido con Miguelandia, escribimos este relato a modo de brindis y agradecimiento por una vida dedicada a los títeres.
Su despertar al mundo de los títeres
Las palabras y los nombres siempre nos ofrecen claridad a la hora de interpretar nuestra realidad. Pues bien. Esta historia comienza en las espaldas de un muchacho de apellido Lucero. Ese joven de apellido sugerente llegó una tarde al alero de la parroquia del barrio Lorenzo Arenas. Allí desplegó una magia nunca antes vista por los hermanitos Oyarzún. Esta pequeña tropa, de traviesa inocencia juvenil, estaba presidida por el mayor de los tres, Manuel, quien era la punta de la flecha. Le seguía Roberto y al final el pequeño Miguel, el protagonista de esta historia. Tanto Miguel como Roberto eran en ese entonces monaguillos de la parroquia, lo que no les impedía hacer toda clase de barrabasadas. Ambos iban a todas las paradas como afirmó Roberto. El joven Lucero comenzó a armar aquella tarde frente a sus ojos un teatrillo con un pequeño elenco de títeres de goma que vendían en las jugueterías. Seguramente no sólo los 3 hermanos, sino también todos los cabros y cabras del barrio se deben haber empujado para poder ver en primera fila ese embrujo que se iba a producir ante sus ojos todavía sorprendibles. Cuando se lograron calmar los ánimos, comenzó el rito. Seguramente el joven Lucero no era un gran titiritero, no obstante bastó con que echara a andar el mágico mecanismo alquímico por el cual el o la titiritera le da vida a un objeto inanimado para cautivar a su público. Difícil imaginar qué fue lo que pasó por la cabeza del pequeño Miguel. Saber qué sintió en ese momento. Con cierta libertad poética creemos que Miguel levitó presenciando esa función. Seguramente le vinieron todo un caudal de recuerdos imposibles de un futuro al lado de los títeres. Sólo sabemos que desde ese momento los títeres se convirtieron en su luz, en el horizonte hacia dónde caminaría, en su “Chonchón”. Seguramente aquella tarde el primero en salir disparado a su casa fue el pequeño Miguelandia, a quien a cada paso que daba en su acalorada carrera, le sobrevenían imágenes de distintas maneras de crear esos pequeños seres que vivían sin estar vivos. ”Y eso fue espectacular ver. Cuando vi su función dije: ¡Esto es lo que yo quiero hacer! Ahí empecé a fabricar los títeres. De ahí creo que no paré, y si paré, fueron en etapas, como de adolescente, pero siempre estaban los títeres.” Volviendo a aquella tarde, con la ayuda de su hermano Manuel y una de sus hermanas, quien le cosió el vestuario, Miguel logró al fin tener su primer títere. Pero su ansiedad le pedía tener más títeres ¡Quería todo un elenco! Ya con ese rudimentario títere y con algún otro que debe haber construido Robi, jugaban los hermanitos. Cualquier tela les servía de teatrino, y con la imaginación libre de pantallas deben haber jugado día y noche.
O bien Miguel era muy persuasivo, o bien su madre se dio cuenta rápido del amor y la fascinación que experimentaba su hijo por los títeres, que le regaló para la navidad de ese mismo año, todo un elenco de títeres de goma. Cuenta Miguel que se vendía todo el paquete con diferentes personajes para diferentes historias. ¡Qué ganas de haber visto la cara de Miguel ese día! Debe haber sido indescriptible. Seguramente por la expresión que vio su madre ese día, lo apoyó de ahí en más con su decisión de convertirse en titiritero. Cuando el alboroto navideño dejó lugar al silencio y la intimidad de cada cual con su regalo, Miguel estaba preocupado. Sus nuevos títeres tenían un agujero en el cuello muy grande, por lo que su pequeño y enjuto dedito flotaba en el interior del Títere y no podía manipularlos bien, pero no era lo suficientemente grande para que entraran 2 dedos. Entonces cuenta que con mucha culpa fue a la cocina, agarró un cuchillo y volvió al cuarto. Se sentó lo más escondido que pudo y mirando el cuchillo y mirando el títere, comenzó a posar el filo sobre el títere, sin atreverse a cortarle el cuello. Su idea era agrandar el orificio del títere de manera tal que le entrasen 2 dedos y así poder tener el control necesario para manipularlos correctamente. En esa disyuntiva estaba el pequeño Miguel cuando entra desaforado Manuel gritando -¡Qué estai haciendo cabro! Cuando al fin el hermano menor confesó sus intenciones, Manuel, que era más kamikaze según definiciones de nuestro colega, le dijo con firmeza – ¡Pasa pa´ acá! Manuel agarró el cuchillo y cortó sin culpa alguna cada uno de los cuellos de los títeres del elenco, para que su hermanito pudiera manipularlos. Desde ese momento Miguel manipula sus títeres con dos dedos en la cabeza. Cuando empezó a construir sus propios títeres, lo hizo siempre considerando el tamaño de sus 2 dedos a la hora de construir el cuello del títere.Cuenta que en ese primer momento y por un lapso de 20 años o más, el agujero del cuello lo construía redondo, circular.
De ahí en más comienzan a hacer funciones de títeres. Primero para la familia, y luego para los vecinos y vecinas del barrio, participando en cuanto evento social ocurriera. “Porque nosotros empezamos a fabricar los títeres, teníamos un teatro. No es que vivíamos de los títeres, pero hacíamos funciones en las fiestas de los mayores de la población donde vivíamos. No se bailaba mucho en esos tiempos, o si se bailaba ya se habían cansado y aparecían los títeres de nosotros, y eso cambiaba la fiesta. Pasaba a otro nivel. En cada una de esas funciones uno iba aprendiendo, porque el público te va enseñando cosas. También me di cuenta que le gustaba mucho a la gente la vivencia genuina, lo que estaba sucediendo. El hecho de que yo hablara del carnicero que había estado en un enredo con alguien. ¡Pero no paraban de reír! Fue con el suceder, con el tiempo, que nos enteramos que los titiriteros andaluces hacían lo mismo. Llegaban preguntando a los pueblos por la prostituta o por la casa de huifa o por el cura. ¿Qué es lo que hacía el cura? Y todo eso lo ponían en sus cuentos”. En varias ocasiones fuimos testigos como en el camino a las funciones, o conversando en el almuerzo, Miguel iba conociendo nombres, historias y personajes que siempre incorporaba en la función que daba a la tarde. Y eso el público siempre lo agradece. Ese aprendizaje se lo dio la misma gente a través de la reacción.
En esos años, finales de los sesentas, cuenta Miguel que había un programa de radio que se llamaba “Los ofensores”. A ese programa llamaba gente y contaba lo que le había pasado: violaciones, robos, peleas, entonces Miguel y Roberto hicieron una parodia de ese programa en títeres. Todo a la manera en que la imaginación de 2 preadolescentes les permitía. De ahí improvisaban y le ponían en general el nombre a los personajes de algunos de los adultos presentes lo que convertía todo el asunto en algo mucho más hilarante. “Los viejos lloraban de tanto reír.” Según reflexiona hoy, “Debe haber sido por la inocencia que veían en esos niños titiriteros y en cómo veían la realidad siendo pequeños… Los titiriteros tenemos un poquito de eso de ser inocentes. Yo tengo 68 años, me miro al espejo y digo: ¿Cuándo voy a madurar? Otro de 68 años… ¡Son muy ancianos! Hay una energía que está dentro que no se te va, es el jugar, ¡El jugar con los títeres!” En aquellos tiempos del barrio Lorenzo Arenas hacían las funciones de manera totalmente gratuita. No recuerda haber sido contratado para celebrar el cumpleaños de alguno de sus amiguitos. Entre risas comenta que debe haber sido un barrio muy pobre como para poder financiar un cumpleaños. Lo que sí les dejaba algunos pesos eran ciertas contrataciones en algunos clubes, ya sea de su propio Barrio o de algún barrio aledaño
Siendo ya Miguel un mayor de edad, la familia se va a vivir a la ciudad de Viña del Mar. Allí entra a estudiar Artes plásticas en la Universidad de Playa Ancha. La dictadura ya había transformado el día en la noche hace rato y los hermanos se la rebuscaban para seguir haciendo títeres y recibir algún dinero a cambio. Era el año 1980 y los hermanos Oyarzún deciden probar suerte en la calle, llevando ese mismo humor que tantas risas habían sacado en su barrio a las veredas de la ciudad jardín. Así lo hicieron. La famosa Avenida Valparaíso fue su cancha, una avenida que en ambas veredas hay tiendas de todo tipo. Los fines de semana la calle se vuelve peatonal. Cuenta Miguel que el dinero que hacían en esas jornada apenas les daba para comprarse unas cervezas. Una tarde del año 1983, año en que comienza a manifestarse una agitación social para derrocar al dictador, se había convocado una gran marcha que comenzaría en Viña del Mar y que llegaría hasta Valparaíso por la avenida España. que une ambas ciudades por el borde costero. Ese mismo día estaban los jóvenes Roberto y Miguel actuando en una plaza de Viña. En el medio de la función sienten un enorme estallido como si viniera justo detrás del teatrino. Después del sobresalto y el susto comprendieron que había sido una bomba a una cuadra de distancia, en un banco. Nuestros amigos salieron rápidamente de dentro del teatrino a calmar a los niños y niñas que estaban preocupados y nerviosos ante la situación. Además, muchos de ellos estaban solos, ya que su cuidador/a había aprovechado el espectáculo para pasear o comprar algo, lo que hoy en día es casi lo mismo. En esos mismos tiempos comienzan a encontrar mejores trabajos en .las fiestas de fin de año de las empresas. Esos serían sus primeros trabajos relativamente bien remunerados. El problema es que sólo aparecían en diciembre. Algo que también hacían en esos tiempos era salir de gira de pueblo en pueblo con sus títeres en las vacaciones de verano. Iban sobre todo al sur de Chile. Recuerda que lo pasaban muy bien en esas andanzas a las cuales siempre se les colaba algún amigo.
En la V región comienza también su tarea formadora. Gracias al financiamiento de FASIC, una ONG que trabajaba con derechos humanos, Miguel comienza a ofrecer talleres de títeres en distintas poblaciones vulnerables de Valparaíso. Declara con orgullo que de uno de estos talleres salieron dos titiriteros. Los Hermanos Julio y Miguel (Pepino) Cataldo. En realidad el taller lo tomó el hermano mayor, Julio, pero él fue quien le enseñó a su hermano menor Miguel.
No obstante a las dificultades, de a poco comenzaba a aparecer a lo lejos un horizonte de posibilidades para poder vivir de los títeres, pero seguramente ya estaba cansado de luchar contra molinos de viento. El año 1967 había conocido y se había enamorado de los títeres en Concepción y siendo el año 1984 todavía no podía vivir de este arte. Entonces fue que les picó el bichito de viajar, de irse de gira. Digo les, porque Robi andaba en la misma. Tenían el plan de llegar hasta México saliendo por Perú. Pero ese mismo año Argentina recuperó la democracia, mientras que en Perú, la dictadura seguía causando estragos. Así es que finalmente decidieron ir a Argentina, siendo su primera parada la ciudad de Buenos Aires. Eran 5 soñadores los que cruzaron aquel año la cordillera. Rudy y Jaime López, Ariel Vilches y los 2 hermanos Oyarzún. Su primera misión era actuar en el Obelisco, en el medio de la avenida 9 de Julio, la más ancha del mundo y la avenida Corrientes. ¡Por supuesto que lo hicieron! Después de actuar en ese mítico lugar, los orgullosos colegas compartieron unas pizzas y unas cervezas. ¡Estaban en la gloria! Obviamente lo del obelisco fue una fugaz experiencia. Finalmente encontraron en los parques de la ciudad su lugar de presentación. Sería en esos espacios públicos dónde se darían los encuentros con los y las colegas argentinas. Comenta que le llamó la atención que en Buenos Aires había un importante número de titiriteras mujeres que participaban activamente de la esfera cultural de la ciudad y que fueron ellas quienes precisamente le dieron la entrada al mundo de los y las titiriteras argentinas. Allá conocieron a muchas y muchos colegas, quienes fueron de a poco regalándoles los conocimientos que habían adquirido gracias a la tradición titiritera argentina, fruto de la experiencia vivida por Javier Villafañe, los mellizos Di Mauro, Sarah Bianchi entre otros y otras grandes artistas. Por primera vez los hermanos Oyarzún estaban frente a alguien que les enseñara ciertas cosas técnicas de este lenguaje en el cual venían investigando por más de 15 años, ya sea de la manipulación, de la dramaturgia, de la construcción de los muñecos, del teatrino, etc. En ese camino rehicieron sus títeres más grandes y más livianos, tal cual nos recomendó Miguel a nosotros con nuestros títeres. Ahí también descubrieron cómo del otro lado de la cordillera, los colegas vivían dignamente de los títeres, casi no realizaban funciones en la calle, sino en Escuelas, en Teatros, Centros Culturales y ¡Festivales de Títeres! Además habían Escuelas de formación dónde se podía aprender de este milenario arte.
Ariel Búfano, director del Grupo de titiriteros del San Martín en ese entonces, los conoció y los invitó a ver la obra “El circo criollo”. Comenta Miguel que no podían creer todo el despliegue escenográfico que tenía la propuesta. Con todo un despliegue de luces. “Fue alucinante. Cuando llegamos a la Argentina había gente que estaba a otro nivel… Después tuvimos la suerte de ver a Obraztsov. Cuando vimos a Sergei Obraztsov no la podíamos creer. Eran inyecciones. Yo escuché en un baño a un veterano decir: -Con esto yo no hago más títeres. y yo me quedé así. Lo miré de reojo. – Y por qué, yo pienso todo lo contrario. Me da más ganas de hacer títeres” Con la cara iluminada recuerda esa sensación que tuvo ante todo este mundo nuevo que siempre estuvo ahí, pero que hasta ese momento se mantenía invisible, no sólo para ellos, sino para todos los chilenos que vivían todavía en el país. “Todo eso era como un bálsamo.” En Argentina descubrió que los títeres van más allá de lo que ellos pensaban y sentían. Comenta que en Chile en aquellos años de alguna manera llevan la delantera, pero en Argentina se volvían a sentir aprendices.
En Buenos Aires debido a sus amistades y al trabajo que venían haciendo en los parques de la ciudad, consiguen en un momento un contrato con el organismo cultural de la ciudad, en un proyecto que llevaban espectáculos a sus diferentes plazas y parques. Una vez que realizaron todas las funciones y van a cobrar el dinero prometido, se reúnen con el encargado de cultura. Miguel va en representación de la compañía. Cuando llega el momento de pagar, el encargado le pregunta: -¿Y cómo hacemos chileno? Haciendo referencia a cómo le iba a pagar siendo ellos extranjeros “Ahí estaba yo como Pajarito en esa oficina y me dice: Me imagino que tenés algún amigo de confianza. -¡Sí claro!. Bueno anda a buscar a tu amigo de confianza que venga y que cobre.” Silvina Reinauldi fue la gran amiga que las ayudó en esta y en otras varias ocasiones. “Había que quedarse allá y aprender”. En esa misma ciudad, que admite que de alguna manera lo embrujó, conoce y se enamora en el año 1985 a Laura Rodríguez. Con Laura conciben a su primera hija de nombre Rocío. Rocío hoy es titiritera y es parte del elenco estable de titiriteros del Teatro Real de Córdoba. Una vez que comienza el amor con Laura, comienzan a trabajar juntos como Compañía.
En el verano del año 1986, gracias al consejo de su amiga SIlvina, Miguel y Laura se van a hacer temporada a Córdoba. El recibimiento en Córdoba fue incluso más significativo que el de Buenos Aires, según nos comentó Miguel emocionado. Al poco tiempo de llegar conoció al Quique Di Mauro, uno de los referentes hoy en día de la profesión en Argentina. El Quique los alojó en su casa y les dio lo que tenía y también les ofreció lo que no tenía. Dentro de aquello que le ofreció, fue darle la posibilidad de conocer a su padre, el gran maestro Héctor Di Mauro. “Con el Héctor nos pusimos a trabajar en el retablillo. Ahí fue más interesante en la parte artística. Salimos de gira juntos, me enseñó las pantomimas. Fue pero muy importante en mi vida cómo titiritero. Una vez el Héctor me dice en una bohemia allá en Paraná. Estaban varios así importantes: Don Javier Villafañe, el Roberto Espina, Rafa Teixido, Capobianco, Teresa y Rufino, Sarah Bianchi y Laurita Rodriguez . Una noche me toma el Héctor Di Mauro, en ese asadote de mucha bohemia y me saca para un lado y me lleva a un patio y me dice: -Yo no soy tu maestro. Yo solamente te enseñé lo que son las pantomimas. Pero si tú quieres decir que yo soy tu maestro para mí es un honor… Ahí el maestro me declaró como titiritero”. Héctor Di Mauro junto a su hermano mellizo Eduardo, fueron detrasito de Javier Villafañe , abriendo los senderos y caminos por donde hasta la actualidad transitamos los y las titiriteras en la Argentina. Los mellizos y su Compañía “La Pareja” llevaron la palabra títere hasta los rincones más escondidos del país, ejerciendo la profesión como parte de un trabajo social, no meramente artístico. Con esa misma consciencia crearon varias escuelas de títeres del país. No obstante consideramos que su legado más importante fue la relevancia y el interés por alcanzar la mayor cercanía en la perfección en cuanto a la manipulación del títere de guante. Seguramente este fue el gran legado que dejó Héctor en Miguel, quien ya venía transitando sólo ese camino, pero el encuentro con Héctor fue lo que a su criterio, terminó de pulir su técnica a la como la conocemos en la actualidad, donde sin lugar a dudas la manipulación de Miguel Oyarzún es una de las más bien logradas del mundo.
Cuenta que con Héctor realizó muchas giras, cada uno con su teatro. Recuerda que a Héctor le encantaban los teatrinos juntos en la escena. Si había dos, ponía los dos juntos y si había tres, ponía los tres juntos. “Héctor gestionaba las funciones. El sacaba las cuentas, quitaba los costos y repartían las ganancias.”
En el año 1994 se incorpora el actor Carlos Piñero a la compañía y Miguel le ofrece generoso todo lo que había aprendido y perfeccionado a lo largo de sus casi 30 años de carrera hasta ese entonces. Por más de 20 años Carlos fue parte de la Compañía. Las cosas de la vida hicieron que sus caminos se separaran. Desde ese entonces la Compañía “El Chonchón” pasaría a ser una compañía unipersonal. No obstante a que es unipersonal, Miguel siempre invita a sus giras ya sea a su compañera de vida, Laura Ferro, mamá de su segundo hijo Lautaro, con quien ha compartido incontables anécdotas en más de 20 años de amor, o a su hija Rocío, a actuar en los Festivales y Programaciones que lo invitan. A Miguel no le gusta andar sólo. “Una vez en televisión Me preguntaron cuál era tu mejor obra y yo le respondí todavía no la hago, pero yo la tenía pensada y era “Los Beateres”, con mi hermano… Hace un par de años este sueño se hizo realidad… La mística del deseo que añoramos cuando éramos chicos, de hacer los Beatles en títeres. ¿Cómo hacerlos tocar la guitarra?” Finalmente realiza esa obra-sueño, no sólo con su hermano Roberto, sino también con su compañera Laura Ferro. Según nos comenta muchas veces las interrogantes de cómo construir cosas que parecen imposibles para los títeres, son la semilla de las cuales nacen sus obras. Laura Ferro les llama “los hermanitos constructores” porque Robi tiene ese mismo espíritu. Comentan que en medio de un ensayo se les ocurre incorporar tal efecto y cortan el ensayo para inmediatamente ir a construirlo. Sin boceto, sin nada. De la cabeza al objeto.
Hoy Miguel sigue trabajando junto a su hermano, y han estrenado hace unos meses la obra “Capistrano” que estaban ensayando cuando fuimos a entrevistarlo. “Capistrano tiene otra mística. De la animación. No somos cine, pero ¿Cómo el títere puede hacer tal cosa que parezca como si fuera cine? Cómo un zoom por ejemplo, miniaturas o cosas así.” En este espectáculo Miguel quiere mezclar varios de sus amores: el cine, el teatro y la pintura.
A lo largo de los años, en su casa donde tiene su taller en Córdoba Capital, Miguel ha creado una especie de escuelita de títeres, a la antigua usanza, de maestro a discípulo. Así ha entrenado a un par de titiriteros y titiriteras chilenas que aparecen de hecho en esta investigación como Karen Zuñiga y César Parra de la Compañía Vagabundo. Además ha hecho lo propio con varios y varias colegas argentinas. También ha dirigido a numerosos elencos de Argentina y de Chile y ayudado en aspectos como la dramaturgia y la construcción de los títeres y objetos escenográficos. Ha dictado talleres a nivel nacional e internacional. Sus espectáculos se han presentado en más de un centenar de los festivales más importantes de América y Europa. Y ahí estaba esa tarde frente a nosotros, en ese mismo taller donde se formaron tantos colegas, conversando de igual a igual con dos jóvenes que lo admiran y lo consideran un. Larga vida a tu amor por los títeres, que no hay mejor ejemplo para un titiritero o tiritera que ese. Amar a esos muñequitos de cartapesta, como se aman los hijos o hijas. Por todo lo que nos has enseñado en estos 10 años de amistad. ¡Muchas gracias!