Encuentros y reencuentros por los caminos de los títeres
Las reglas están hechas para romperlas. Más aún las que uno mismo se autoimpone. Desde el año 2013 que organizamos Festivales Internacionales de Títeres nos propusimos como lema “Nunca invitar una compañía que no conozcamos a sus integrantes o que no hayamos visto su espectáculo”. Pues bien. Tres años después de hecha la regla la estábamos rompiendo. Con muchas expectativas y como siempre pocas certezas nos adentramos a inicios del año 2016 a organizar el III Festival Internacional Tititinerantes del Desierto de Atacama. Una de aquellas tardes nos enfrentamos con un mail de “Grupo Arte Zaguán” que nos ofrecía su espectáculo “Fermín y el libro Saltarín”. Como pocas veces decidimos mirar el video y la verdad es que la propuesta ¡Nos gustó mucho! Teniendo ya 8 compañías invitadas: ¿Por qué no invitar una más? Entonces nos arriesgamos no sólo a que el espectáculo no gustara, sino que humanamente no nos lleváramos bien. Cabe aclarar que en los festivales que organizamos se comparte mucho, ya que se arrendamos departamentos o casas en las distintas ciudades donde nos presentamos, de manera de poder cocinar y abaratar costos. Finalmente nuestra intuición había sido sabia y nosotros sabios al escucharla. Nos enamoramos del cocodrilo Fermín, de la frescura y la honestidad de Alfre y Gema en la obra, así como en su vida. Eso mismo que habíamos percibido tiempo a través al ver la obra a través de la pantalla lo desbordaba ahora en vivo. ¡No nos equivocamos ni un poquito en invitarlos! Allí no sólo conocimos un par de artistas impecables, sino también un par de personas con un corazón gigante y generoso, de las que no es común encontrar ni por aquí ni por allá. Desde ese encuentro en el desierto más árido del mundo, donde compartimos charlas y guitarreadas, nació una profunda amistad que continúa al día de hoy.
En ese entonces la Compañía llevaba dos intensos años tratando de sobrevivir en Chile haciendo títeres. Lamentablemente las cosas fueron difíciles y poco tiempo después de nuestro Festival, Zaguán se va de Chile y vuelve a radicarse en Madrid ese mismo año 2016. Allá nos fuimos a reencontrar y volvimos a guitarrear y a reírnos en cada paso que hicimos por Madrid en nuestras sucesivas giras de 2016, 2017 y 2018 por España y otros países del continente Europeo, así como algunos de Asia y África. Para los y las latinas Madrid es un paso obligado a la hora de llegar o salir de Europa. La generosidad de estos colegas y amigos hizo posible que sortearamos las dificultades que tenemos los latinoamericanos para cobrar allende los mares y nos “prestaron” su asociación cultural para poder cobrar en algunos de los festivales que participamos. Hay quienes dicen que más vale tener amigos que dinero. Le respondería: ¡depende de los amigos! Si son como Alfre y Gema, seguro que sí. En 2020, en plena pandemia, recibimos nuevamente su llamado virtual, esta vez ya no por un mail, sino por whatsapp. En ese mensaje, debe haber sido un audio, nos comentaban que estaba abierta la convocatoria a iberescena y que les gustaría que hiciéramos una co-producción entre ambas compañías. Como habrá de imaginar el lector, en nuestro intento constante por perseguir quimeras, les dijimos con muchas ganas que sí. Así, en unos 2 meses de trabajo, con encuentros semanales de manera virtual, fuimos creando la dramaturgia, los diseños y la concepción de la puesta en escena, de los títeres, etc. Pudimos llegar en tiempo y forma con cada uno de los requisitos de la convocatoria. Lamentablemente la obra que nació de ese sueño llamada “La niña y el pingüino” deberá esperar otras instancias para poder ver la luz, ya que nuestro proyecto no fue seleccionado. La verdad fue un tiempo muy provechoso y creativo en medio de un momento muy oscuro para la humanidad.
En octubre del año 2022 nos reunimos finalmente para entrevistarlos para la presente investigación y realizar lo que sería nuestro reencuentro titirigráfico virtual. Sería a través de la pantalla, como tantas veces hicimos para el proyecto de Ibersescena, que conversamos de manera totalmente natural. Así fue que cada uno con un tazón en la mano con su elixir favorito, nos fueron develando su historia. He aquí lo que nos confiaron.
Su despertar al mundo de los títeres
“Soy un chileno que nació en Colombia, que vivió en Ecuador y en Haití. Por el exilio de mi padre yo estuve por ahí, dando botes por el mundo”. La verdad es que la entrevista no empezó con esta frase tan emotiva, pero en algún momento todo vuelve al origen y nos zarandeó con esa realidad del exiliado que da botes, que nunca se puede instalar porque le falta, no la patria, sino la matria. A diferencia de su padre, Alfredo y su mamá podían entrar y salir de Chile. Cuenta que viajaban todos los años en las vacaciones de verano. Seguramente por este continuo ir y venir es que Alfre se reconoce chileno. No tiene ninguna duda de aquello, aunque haya nacido en Colombia y pese a no haber vivido nunca en Chile hasta sus 18 años. Me emociona escribir estas palabras, ya que ni Pinochet ni nadie le pudo arrebatar su identidad.
Su adolescencia la vivió en la ciudad de Guayaquil, Ecuador, la cual se caracteriza por tener un calor insoportable, niveles de inseguridad extremos y según Alfre por no tener una gran oferta cultural, ni tampoco educación artística.Se trata de una ciudad poco amigable como imaginarán. Alfredo siempre supo que una vez terminado el colegio se iría a Santiago de Chile a estudiar teatro. En el año 1989 Alfredo no regresa a Chile, sino que por primera vez va a vivir a su país. El plebiscito de 1988 le había gritado ¡NO! al dictador, por lo que el horizonte estaba cerca. A ese Chile llegaba nuestro amigo con su sueño de estudiar teatro. Como los militares seguían a cargo de la Universidad de Chile, los grandes teatreros chilenos que comenzaban a regresar del exilio no podían dictar clases en aquel campo de estudios. Entonces nació una escuela de Actuación que los acogió donde estaban todos los maestros más destacados. La escuela llevaba por nombre “Pedro de la Barra”. Allí entró Alfredo, el problema fue, según nos comentó, que a medida que la democracia avanzaba, la escuela retrocedía y los maestros poco a poco iban migrando a la Universidad de Chile donde naturalmente debían estar.
Por una cuestión de costumbre con una vida y un alma “patiperra”, una vez que terminó la Escuela de Teatro, decidió volver a Ecuador, según sus palabras: “A ver qué pasa”. Se fue a la ciudad de Quito, donde hay más efervescencia cultural. Allí comenzó a tocar en un grupo musical. Además actuaba con otros universitarios en la Compañía de Teatro de la Escuela Politécnica Nacional. Cierto día del año 1993, atravesó la puerta de esa casa de estudios donde estaban ensayando, un chico peruano para preguntar si ahí podían presentar el espectáculo con el cual venían viajando. Los compañeros no le dieron mucha atención al migrante, pero Alfredo sí. Se quedaron un buen rato charlando, y así Alfredo le contó que tocaba la guitarra, que había estudiado actuación y que era chileno. El chico le comentó que su compañera con quien compartían elenco en la Compañía “El Retablo”, quería hacer una obra acerca del poeta Pablo Neruda. También le contó que recién empezaban viaje y que su idea era llegar a Costa Rica. Ahí mismo lo invitó a ser parte de la agrupación y seguir camino con ellos hacia el norte. Antes de despedirse le anotó su número de teléfono en un papel y se fue. Con el papelito en la mano, Alfredo volvió al lugar donde estaba durmiendo. Seguramente durmió con el papelito en la mano, si es que durmió. Ese papelito era una puerta, él lo sabía. A sus 22 años su destino se dirimía entre llamar o no llamar. Abrir o no aquella puerta que hoy lo tiene viviendo del arte de los títeres y de la música, con su compañera del alma.
Finalmente llamó, habló con Flor Castillo, directora de la Compañía, se juntaron, le pasó algunos poemas y enseguida comenzaron a ensayar. “La decisión de llamar fue una de las más importantes de mi vida, porque luego fue un año y medio girando por todo Colombia, Ecuador y Perú con ellos, aprendiendo montones. Ellos fueron los que me enseñaron los títeres. Nosotros llegábamos a un pueblo trabajábamos, juntábamos dinero y seguíamos al pueblo siguiente. En la universidad no aprendí nada de lo que aprendí en esta gira con ellos.” Flor, quien es cantante y actriz fue su gran maestra. Cuenta que tenían tres obras para distintos públicos, de manera de donde llegaran “caíamos parados”. La trilogía estaba compuesta por un espectáculo para adultos, para ser realizado en sala, un espectáculo de música para presentar en un bar o algún lugar nocturno y otro para todo público que podría ser presentado en escuelas y plazas. Vivíamos en comunidad, todo el dinero entraba a un fondo común. En Colombia, en el año 1994, finalmente la compañía se separa y Alfredo decide volver a Chile, ya que una chilena que había conocido le había hablado de la carrera de pedagogía musical que se estaba impartiendo en la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación en Santiago. Como Alfredo era el director musical de la agrupación, pensó que no le vendría mal estudiar música. Siempre pensando en dirigir la música y la pedagogía hacia el teatro.
Un conventillo es una casa antigua y gigante, a tal punto que cada habitación se transforma en una casa donde vive una familia. El joven Alfredo había vuelto de su viaje iniciático a vivir en una de esas habitaciones-casa en el barrio Brasil de la ciudad de Santiago. Era todavía el año 1994 Alfredo tenía 24 años y aquel conventillo se había convertido en el centro de reunión de cinco amigos artistas, algunos de ellos multiartistas como Alfredo. Una bailarina, un músico, un bailarín que además era percusionista y pintor, un dramaturgo-actor y Alfredo que es actor y músico. En una de aquellas intensas veladas, decidieron crear “Una compañía de artes porque queríamos conjugar nuestros distintos oficios para crear espectáculos que cambiarán al mundo “. Con esa intención nace la Compañía “Grupo Arte Zaguán” ese año 1994. Desde un principio comenzaron a crear espectáculos en los que fusionaron distintas expresiones artísticas. En el proceso de creación de su primer espectáculo, surgió la necesidad de que existiera un personaje muy estrafalario. Alfredo propone que ese personaje podía ser un títere. Había aprendido con sus colegas de “El Retablo” el arte de los títeres ya que el espectáculo para todo público que llevaban, era de hecho un montaje con títeres. Cuando presentaban ese espectáculo, gran parte del tiempo Alfredo no tenía que salir al escenario, por lo que aprovechaba esos minutos tras bambalinas para quedarse “embobado” mirando a sus colegas animar los títeres. Así mismo, cuando la compañía era invitada a ofrecer un taller de títeres, Alfredo estaba ahí también ayudando. Entonces según lo que nos comentó, si bien nunca había hecho un estudio riguroso de este milenario arte, con aquella compañía se había acercado bastante y ahora podía comenzar a investigar con cierta base. En ese primer espectáculo de Zaguán, Alfredo hace su primer títere y “desde ese entonces la compañía tiene menos actores y más títeres”. Con la experiencia itinerante que había tenido nuestro amigo con “El Retablo” y sabiendo en carne propia que es posible vivir viajando siendo artista, convence a sus colegas para hacerse camino al andar. De Chile salen sin rumbo fijo. Viven un año en Perú, otro año en Ecuador, y varios en Colombia. Incluso viven unos meses en Venezuela. De los 5 que eran en un principio, en un momento eran 3 y luego eran 2. Cuando finalmente Ricardo, el último que quedaba a bordo, deja la Compañía en el año 1997, Alfredo queda con la compañía como unipersonal. De todas formas Alfredo aclara que en realidad nunca se ha ido del todo Ricardo de Zaguán. Constantemente colabora, sobretodo desde la parte musical que es su fuerte, en las obras que estrenan y que se vuelven parte de su territorio. Ese mismo año 1997 le sale una oportunidad de ir a ofrecer talleres a España. No regresaría a Latinoamérica casi 20 años después. Fue en ese país donde conoció a su actual compañera de vida y de arte Gema Hernández.
El 15 de mayo del año 2011 un grupo numeroso de jóvenes y no tan jóvenes decidieron acampar en la Puerta del Sol, una de las plazas más importantes y céntricas de Madrid, para denunciar a los políticos y a la realeza para que cambiaran las cosas en España. El movimiento se autodenominó “Movimiento de los Indignados”, y mantuvo ocupadas muchas plazas de toda España. Específicamente la de Sol en Madrid, era una de las más numerosas. Llegaron a acampar más de 10.000 personas, por lo que se necesitó una especie de estructura, de autogobierno que se preocupara por la alimentación, la sanidad e incluso aspectos como el arte y la Cultura, para los habitantes de esta ciudad de sueños, ya que el acampe duró un par de meses. Según nos cuenta Alfredo la plaza se había transformado en una especie de Ciudadela y debía funcionar como tal. En aquel espacio comenzaron a generarse distintas comisiones en las que se debatían la nueva España que comenzaban a imaginar en conjunto. Dentro de estas comisiones nació la Comisión de Cultura a la cual ingresó Gema, en tanto Alfredo ingresó a la Comisión de bibliotecas. En esas circunstancias comenzaron a crearse distintos eventos culturales para satisfacer la necesidad artística de los habitantes de esta ciudad subversiva. Uno de esos eventos fue el Encuentro de Creadores. “En ese encuentro nos encontramos Gema y yo” comentó Alfredo. Bajo esas mágicas circunstancias de la vida, en la unión de tantas almas soñando un sueño común, se conocieron este par de artistas. Inmediatamente comenzaron a entenderse profesionalmente y desde entonces comienza a surgir la colaboración artística entre ambos y poco a poco el amor.
Gema por su parte estudió la especialidad de escultura en la carrera de Bellas Artes en la Universidad Complutense de Madrid y Dibujos Animados en la Escuela Superior de Dibujo. Desde siempre le interesó no sólo la plástica, sino también la escena. Desde niña tomaba distintos talleres de teatro e incluso llegó a estudiar un año en una reconocida academia de Madrid. “Me gustaba el teatro, pero nunca pensé que me iba a dedicar a ello”. Después de estudiar, monta una escuela de artes plásticas, pero su interés por las artes escénicas la llevaba siempre a buscar la manera de que su espacio de estudios ofreciera también talleres y otras cosas orientadas al Arte Escénico. En esas circunstancias comenzó a programar muchos espectáculos de títeres y aprender con distintos maestros que daban clases en su Escuela. Así fue aprendiendo a construir títeres, obviamente estos nuevos conocimientos los iba complementando con sus estudios de escultura. Comenta que por ese entonces comenzó a trabajar como cuentacuentos, pero no utilizaba títeres. Con el tiempo también comenzó a construir títeres para algunas compañías de España. Gema no se dedicaría al Teatro de Títeres hasta conocer a Alfredo en aquel 15 M. Cuando entra Gema a la Compañía, comenta Alfredo “La compañía creció exponencialmente. Porque yo fabricaba títeres, unos títeres bastante potables, bastante bonitos, pero Gema es artista plástico, entonces los títeres adquirieron otra dimensión”.
En el primer espectáculo del renovado “Zaguán”, Gema propone que hace tiempo tenía en mente hacer una obra que saliera de un gran libro de papel y cartón, tipo Pop up. Entonces Alfredo comenzó a escribir una historia con esta motivación. Decidieron buscar un personaje bonito y curioso que hiciera de protagonista. Gema siempre había dibujado en son de broma, de mascota, un cocodrilo que había nombrado Fermín. Seguramente llenaba todos los bordes de sus cuadernos con este divertido amigo en diferentes poses y situaciones. No sé si esto nos lo contaron o es un falso recuerdo, pero incluso comentó que a veces Fermín hacía comentarios en nubesitas tipo comic. Fermín era de algún modo un amigo imaginario que la visitaba cuando estaba aburrida. Quizá fue en esos mismos comentarios que Fermín se ofreció para ser el protagonista de la historia. Sin dudarlo, ambos aceptaron la propuesta del dibujito. Ya teniendo al protagonista, comienzan la incesante investigación, como hacen en cada una de las obras, acerca del protagonista, en este caso comienzan a aprender sobre los cocodrilos. Todo este nuevo conocimiento acerca de las particularidades de los cocodrilos, lo mezclaron con sus vivencias personales, para “Tener un producto auténtico y honesto” según palabras de Alfredo. Buscando colores para la historia, Alfredo recuerda un mito urbano que había escuchado cierta vez, que contaba que en las alcantarillas de Nueva York había cocodrilos. Entonces ubicaron a Fermín en las alcantarillas de una ciudad. Quizá por este motivo en aquel lugar nadie le hacía caso, parecía un fantasma. Entonces encuentra un libro en el cual lee que los cocodrilos no viven en las ciudades, sino en distintos lugares del mundo, entonces Fermín junto a Alfredo y Gema parten de viaje en la búsqueda de su identidad cocodrilo. Como toda historia honesta, esta historia de Fermín es la historia de uno de sus creadores, en este caso la de Alfredo. La historia del cocodrilo Fermín es la historia del exiliado, de aquel que no siente que su casa es su hogar y parte en la búsqueda de ese mítico lugar. “Entonces el cocodrilo como yo, estaba buscando un lugar en el mundo donde poder hacer poesía o títeres”.
Creemos que no existe otra manera de pretender cambiar el mundo con nuestro arte, que entregarnos por completo, con toda nuestra experiencia, nuestras vivencias, nuestros miedos y sueños, para ofrecerlos con amor a otros y otras, como un regalo. Sin más pretensión que la de compartir. “Es inevitable de una u otra manera, reflejar nuestra realidad en las obras, porque de una u otra manera tratamos de identificarnos con las historias que creamos”. De ahí que como el 15 M, la Compañía “Zaguán” sigue persiguiendo la quimera de cambiar el mundo creando y compartiendo historias honestas que les salen directamente del corazón.
Si hay algo que siempre nos ha llamado la atención de esta compañía, es su infinita capacidad creativa y productiva. Trabajan a la antigua usanza, construyendo desde la historia y la dramaturgia hasta el último detalle de la construcción de los títeres y la escenografía. Incluso crean la música. Sin parar de investigar seriamente y profundamente cada tema que tratan en sus pequeños mitos, y de ponerle componentes de sus historias personales, crean casi una obra al año, de una calidad que a veces cuesta años conseguir. Ellos, complementándose en un constante fluir, crean espectáculos que sacan de la galera tan vivos y orgánicos como el más tierno conejito.
¡Esperamos con ansias ver sus nuevas creaciones!